Hermanos: La proclamación de la Palabra ha dejado claro el tema central del matrimonio indisoluble en la enseñanza de Jesús, recuperando de esa forma el designio primero de Dios sobre la creación, que hemos escuchado en la lectura primera del Génesis. Esta enseñanza de Jesús choca frontalmente con las leyes civiles implantadas en nuestra patria desde hace más de tres décadas, abriendo de esta manera una brecha humanamente infranqueable con la trayectoria de la España católica durante los muchos siglos que han conformado nuestra nación. La legislación civil de acuerdo con la enseñanza evangélica había dado lugar a una civilización cristiana en la que el poder del Maligno tenía cerradas muchas puertas, no todas, claro está.
Pero veamos ahora cómo el planteamiento cristiano enlaza con el designio creador de Dios Padre. Cuando a Jesús le hacen la pregunta los fariseos si es lícito a un hombre divorciarse de su esposa, no responde con un sí o un no sin más. Primero les hace decir lo que había legislado Moisés. Y, ante la respuesta de que Moisés había permitido el divorcio, Jesús lo justifica como una permisión temporal y pasajera “por la dureza de vuestro corazón”. Aquello fue un recurso de la pedagogía divina para recuperar la ley inscrita en la naturaleza y se regenerase la humanidad, como de hecho sucedió con la Redención de Cristo. Jesús inaugura los tiempos nuevos, la etapa final de la historia y se recupera la institución del matrimonio no como mero contrato o acuerdo social. Si fuese mero contrato no se explica por qué no podría admitirse el divorcio. Pero el matrimonio es mucho más.
Jesús cita las palabras de Dios recogidas en el Génesis: “Por eso abandonará el varón a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne.” La lectura profunda de Jesús de este texto descubre que el matrimonio significa la creación de una nueva familia. De ahí la progresión que se establece en los verbos: abandonará…, se unirá… y serán… Al decir abandonará no significa desentendimiento, olvido o ruptura de los hijos emancipados del hogar con sus padres. Se refiere únicamente a que han de tener normalmente un hogar diferente para dar lugar a una nueva familia, y, por tanto, ya no dependerán de los padres, como norma general, para el sustento y organización de la nueva familia.
A partir de esta premisa se hace mucho más comprensible la indisolubilidad, porque todos los miembros de la nueva familia dependen unos de otros, y si falta uno de los padres los hijos quedan mutilados afectivamente y de muchas otras maneras. El trastorno que se padece es contrario a la previsión del Creador para la mayoría de los casos. El divorcio sería trastocar este orden y pretender que las excepciones, como la viudez prematura, se conviertan en norma. La importancia de esta enseñanza y las consecuencias que lleva consigo les hizo a los discípulos volver a preguntar a Jesús sobre el tema una vez entrados en casa. La responsabilidad sobre el adulterio recae en las palabras de Jesús no solo sobre el hombre, como lo hacía Moisés, sino tanto sobre el hombre como sobre la mujer. La Iglesia, iluminada por el Espíritu Santo, ha deducido de las palabras de Jesús que los que no están casados por la Iglesia, bien sea porque se han divorciado y se han unido de nuevo en una nueva pareja, o bien porque han tomado la decisión de vivir juntos sin celebrar el sacramento del matrimonio, tanto unos como otros es muy conveniente que asistan a la santa Misa y deseen comulgar espiritualmente, pero no pueden tomar la comunión hasta tanto regularicen su situación declarando el juez eclesiástico que su primer matrimonio fue nulo y por tanto no hubo tal matrimonio, o por la celebración sacramental del mismo en el caso de los solteros.
Junto con esta enseñanza se ha leído la reprensión de Jesús a los discípulos por impedir que se le acercaran los niños. Es como una parábola que explica lo anterior. Jesús dice que de los que son como niños es el Reino de los cielos. Y es que dejar acercarse a los niños equivale en este caso a aceptar que el niño es como un hombre pequeño que es dependiente y que progresivamente va adquiriendo su independencia. Aceptar a un niño es comprender que hay algo nuevo que construir, como es el caso de un matrimonio. Es entender ese significado profundo de las palabras abandonará…, se unirá… y serán…
¿Qué consecuencias tiene el no seguir nuestra sociedad lo que Dios ha inscrito en el corazón del hombre por la ley natural y esclarecido por la revelación divina en su Palabra, y en la palabra viva de Dios a través del Magisterio eclesiástico? Con este proceder alocado de nuestra sociedad, pero que se remonta a la instauración de la democracia en la revolución francesa, y en especial no al hecho positivo del sufragio universal de los votos de todos los ciudadanos, sino al hecho de someterse a votación, previamente manipulada por los partidos políticos, todo lo humano y lo divino, lo trascendente y lo temporal. Esa es la situación tan peligrosa en la que nos encontramos cuando se le abren todas las puertas al Maligno y se le da amplio margen de maniobra con una legislación contraria a la ley natural y se llega a implantar en la sociedad una cultura de la muerte. Actualmente estamos desprotegidos ante el Príncipe de este mundo e incluso hemos dado paso a la manifestación de su encarnación en el Anticristo. La abolición del derecho natural, fundamento del Derecho romano, y que estuvo vigente hasta el siglo XIX, equivale a retirarle al Anticristo “lo que ahora lo retiene” (2 Tes 2,6) para que no se manifieste. Y ya sólo queda retirar “al que lo retiene” (2Tes 2,7) por medio de la instalación de un antipapa no elegido legítimamente por el colegio cardenalicio, y que será la bestia que sale de la tierra o falso profeta de que habla el Apocalipsis (13,11-17; 16,13; 19,20).
Pero nuestro Rey, que gobierna cielo y tierra, Cristo Jesús, está por encima del que es sólo Príncipe de este mundo, el cual está rebosando furor porque sabe que le queda poco tiempo (Apoc 12,12). Es una batalla desigual, porque Cristo es un triunfador y va a dejar encadenado al demonio mil años (Apoc 20). Este reinado espiritual será un verdadero nuevo Pentecostés de dimensiones cósmicas. No se debe ocultar que antes de este reinado espiritual a través de la Eucaristía, hemos de pasar la gran tribulación (Mt 24; Mc 13; Lc 21) en la que será probada nuestra fe y en la que muchos se doblegarán al imperio del Maligno que durará siete años.
Nuestra tarea actual es prepararnos sin aplazamiento posible, convertirnos al Señor y vivir una vida de práctica sacramental sincera y ferviente, de oración constante para no sucumbir a las seducciones y al terror de la persecución. Esta Eucaristía que estamos celebrando debe ser un hito importante en esta preparación. La asistencia materna de la Santísima Virgen, cuya fiesta de Nuestra Señora del Rosario celebramos hoy, nos ofrece un motivo más de esperanza y confianza y nos brinda a través del Santo Rosario el medio de estar unidos a Ella y de meditar los misterios de Cristo para convertirnos en verdaderos hijos suyos.