Queridos hermanos:
La lectura de Isaías (Is 66,18-21), el salmo (Sal 116) y el texto del Santo Evangelio (Lc 13,22-30) nos hablan de la vocación de todos los pueblos a la salvación universal. Los hombres de todas las naciones están llamados por Dios a darle gloria y alabanza, como hemos escuchado en el salmo, y todos están convocados a la dicha eterna, a subir al “monte santo de Jerusalén” (Is 66,20), a sentarse “a la mesa en el Reino de Dios” (Lc 13,29). Sin embargo, no todos entrarán finalmente en éste, como leemos en el mismo pasaje evangélico, porque una cosa es estar invitado y otra aceptar la invitación; una cosa es ser llamado y otra comprometerse con lo que exige esa llamada. Por eso “hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos” (Lc 13,30).
¿Cuál es la recomendación o, más bien, la exigencia que nos hace el Señor? “Esforzaos en entrar por la puerta estrecha” (Lc 13,24). Podemos tener la tentación de contentarnos con la puerta ancha, la del camino fácil y cómodo, la de la ausencia de entrega y de sacrificio, la de la carencia de compromiso vital con aquello que decimos creer. La puerta ancha es sin duda más holgada para nuestro gusto y capricho: es la tentación de fabricarnos un cristianismo a la carta, de no querer aceptar en su totalidad el Magisterio de la Iglesia y quedarnos sólo con las cosas que de él nos agradan; es la tentación del subjetivismo moderno y de un egoísmo que tratamos de justificar diciendo que somos creyentes, pero no practicantes, o que creemos en Cristo pero no en la Iglesia, o con otras mil excusas.
Sin embargo, en el Evangelio vemos que el camino de la puerta ancha es una vía muerta y que a la hora del juicio, particular y final, no nos va a dar acceso al Reino de los Cielos. La puerta estrecha, por el contrario, es la de la fidelidad a Cristo en el seno de la Iglesia, aceptando las enseñanzas de ésta, viviendo la vida de la gracia que se nos transmite fundamentalmente por medio de los sacramentos y de forma más habitual por el de la Eucaristía y el de la Penitencia o Reconciliación, y esforzándonos en la práctica de las virtudes y en ser santos a los ojos de Dios. Dios es un Padre que nos corrige para nuestro bien, nos dice la lectura de la carta a los Hebreos (Heb 12,5-7.11-13). Por tanto, no podemos caer en la presunción, pensando que nos vamos a salvar simplemente por la bondad de Dios y sin poner nada de nuestra parte, pues ello no supone un acto de confianza en la misericordia de Dios, sino burlarse de ella. Puede ser muy recomendable, conforme a la Tradición de la Iglesia, la meditación asidua de la muerte, no en un sentido tétrico, sino para descubrir el sentido trascendente de la vida humana.
Pero estas lecturas son también una exhortación a la acción evangelizadora por nuestra parte. Tenemos el deber de llevar el anuncio de Cristo a todos los hombres y pueblos de la tierra. Hoy hemos perdido en gran medida el auténtico sentido misionero, porque muchas veces las misiones se han acabado entendiendo como una labor meramente solidaria en lo temporal, según los parámetros del mundo contemporáneo, y porque un respeto mal entendido a todas las culturas y religiones se ha convertido no pocas veces en un relativismo que no cree en la verdad absoluta. Pero, como ha señalado el Papa Francisco, la Iglesia no es una ONG y el verdadero sentido de la misión es evangelizador: es decir, se trata ante todo de anunciar a Jesucristo como único y verdadero Salvador del hombre. Si un cristiano no hace esto, allá donde se encuentre, puede decirse que ha perdido el celo por la salvación de las almas y ha perdido, sobre todo, la fe auténtica en Cristo Salvador y el amor más profundo a Él, pues si algo se posee y se ama, se tiende a comunicar a los demás.
En esta semana de Canto Gregoriano, los que os encontráis aquí reunidos como cursillistas debéis tomar conciencia de que éste no es simplemente una expresión musical de valor cultural. La esencia del Canto Gregoriano, lo sabéis bien, es espiritual, y su raíz es la meditación de la palabra de Dios en los textos de la Sagrada Escritura. Es un canto destinado a alabar a Dios y a elevar el alma hacia Dios. Por tanto, vosotros podéis y debéis ser evangelizadores conociendo y fomentando el Canto Gregoriano. Podéis hacer que muchas personas lleguen al conocimiento y al amor de Dios por medio del Canto Gregoriano. ¡Qué grande es la Tradición de la Iglesia y qué poco la valoramos muchas veces los mismos católicos! Vosotros, que tenéis la dicha de poder penetrar en la entraña de este canto, debéis asimismo tomar conciencia de vuestro deber de llevar almas a Dios a través de él, así como de cultivar vuestra propia vida espiritual en el seno de la Iglesia, pues el Gregoriano no se comprende sino dentro de la vida litúrgica de la Iglesia.
En fin, en este domingo en el que hemos hablado de la vocación de todos los hombres y pueblos de la tierra a la salvación y, por tanto, del deber de procurar su previa evangelización, no quisiera dejar en el olvido a los cristianos del Próximo Oriente (y muy especialmente a los de Egipto), herederos de una riquísima tradición espiritual y litúrgica, pues todos ellos vienen padeciendo una terrible persecución. Es un hecho ya que poblaciones de Palestina como Belén y Nazaret, que eran de mayoría cristiana, han dejado de serlo porque muchos tienen que marchar ante la opresión que sufren. Todos sabemos que los cristianos de Irak están viendo arder sus iglesias con notable frecuencia. Y sólo entre el 15 y el 17 de agosto pasados, en Egipto fueron destruidos 58 iglesias, monasterios y conventos cristianos, además de 9 instituciones y de más de 100 viviendas, tiendas, vehículos y otros bienes de cristianos, a lo que hay que sumar 7 cristianos asesinados y 17 secuestrados, amén de cientos de heridos y de los datos que todavía no conocemos en los días siguientes. Elevemos nuestras plegarias a Dios por estos hermanos nuestros y para que los musulmanes puedan descubrir en Cristo a Alguien que es mucho más que un gran profeta, al verdadero Salvador del hombre, al Dios encarnado, y que en Él puedan descubrir asimismo el maravilloso misterio del Dios Uno y Trino, misterio infinito de amor por el que es posible amar a todos los hombres y creer en la verdadera misericordia y en el perdón. Que María Santísima, a la que profesan gran devoción los cristianos orientales, alcance esta gracia que pedimos.