Hermanos: Hoy, como siempre ha ocurrido, el ir contra corriente ha sido motivo de persecución y causa de muchos trastornos y hasta la muerte para aquel que se enfrenta a un modo de pensar o a unas costumbres depravadas. El simple hecho de confesar su fe cristiana les supone la muerte y el ser quemadas iglesias y sus pertenencias a muchos hermanos nuestros en Oriente, cuando nos gloriamos de vivir en mundo civilizado. E increíblemente Occidente calla y consiente, mientras no tenga noticia de que corren peligro los pozos de petróleo. Tenemos escasez de profetas; no pedimos como Moisés: “¡Ojalá todo el pueblo del Señor recibiera el espíritu del Señor profetizara!” (Núm 11,29). Hemos hecho una opción imposible: vivir en paz sin Dios; pretendemos una civilización en que se respete la justicia, mientras que nosotros no respetamos la vida del no nacido ni otros muchos supuestos de la ley natural, que es reflejo de la santidad y sabiduría de Dios, y nos extrañamos de la violencia y la corrupción que se manifiesta por todas partes.
Al profeta Jeremías la tradición cristiana le ha considerado no sólo mensajero que anuncia la verdad que Dios le comunicaba, sino testigo o figura del que había de llamarse Verbo encarnado o la Palabra de Dios hecha carne, Jesucristo, ya que su misma vida superó en fuerza testimonial a su palabra.
Se puede hablar con elocuencia y agradar a los que han cultivado su mente; se puede hablar con la convicción de quien se cree sinceramente lo que predica y conmover a los que buscan la verdad; pero nadie tiene el poder de arrastrar tras de sí como quien rubrica con su sangre la verdad de la que da testimonio.
Jeremías se enfrentó valientemente a los que se oponían a la verdad, pero no con la violencia, sino soportando la agresión ajena por no plegarse a los deseos de emancipación política que buscaban muchos de sus conciudadanos. Les molestaba y humillaba estar sujetos al poder babilonio. Pero Jeremías les hacía ver que por encima de esa pretensión inviable estaba la fidelidad a la Alianza con el Señor, en ese momento en que Dios había decretado el castigo a Israel, que estaba a punto de ir al destierro a Babilonia. El castigo pedagógico a Israel no nos tendría que sonar a nosotros como cosas del pasado, puesto que se han hecho encuestas sociológicas en que aparece dibujada una silueta del pueblo español nada conforme a su confesión católica, o siquiera en armonía con la presunción de ser una sociedad civilizada. En esas encuestas, que vosotros conocéis mejor que un servidor, resulta que la crisis económica la consideramos los españoles como el interés prioritario y más urgente de solucionar mucho antes que acabar con el aborto o con la corrupción moral de nuestra sociedad. Ved si hemos progresado mucho después de tantos siglos. Israel fue enviado al destierro por pecados mucho menos graves que los nuestros. ¿Creéis que Dios ha cambiado de parecer, o que ha evolucionado en sus planteamientos? ¿Creéis que se deja manipular por nuestros plebiscitos democráticos? ¿No sabéis que está pendiente un juicio intrahistórico en el que el Espíritu Santo convencerá al mundo de su pecado haciendo que se conmuevan cielo y tierra porque nos hemos hechos sordos a todos los avisos y mensajeros que nos ha enviado? Un célebre converso francés Léon Blois decía: “Cuando quiero saber las últimas noticias leo el Apocalipsis.” Hermanos, si queréis poneros al día y no vivir en la luna, leed el Apocalipsis con serenidad y espíritu de fe y preparémonos como Jeremías para dar testimonio de nuestra fe en medio de un mundo que le ha dado la espalda a Dios.
Pero todavía tenemos un modelo más perfecto de fidelidad a Dios. Imagen perfecta de Dios en cuanto hombre y reflejo de su gloria asequible a nuestra vista humana. Jesús “soportó la cruz sin miedo a la ignominia”. Sorprende que no diga soportó la cruz sin miedo al dolor. En realidad, mucho más doloroso que los látigos y que los clavos fue para Él la ignominia de ser considerado impío por blasfemo cuando nos había enseñado a llamar a Dios, Padre, con la confianza de un hijo, sino hasta llamar a Dios lo que sería irreverente para un judío: papá, para adentrarnos en la inocente y absoluta confianza de un bebé judío que balbucea cuando llama a su padre: abbá: “querido papá”. Toda su vida fue una pasión incruenta por la dureza del corazón humano, inasequible a su amor; y por eso dijo, parafraseando sus palabras: “ojalá que se cumpla el bautismo de sangre que he de pasar y con el que vais a consumar todos vuestros desprecios e indiferencias, y en donde os he de manifestar mi amor hasta lo indecible, a ver si así abrís los ojos”.
En Hebreos se dice con cierta ironía: “todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el pecado”. Además de ironía, para nosotros debe ser un reto que nos debe llevar a luchar valientemente y con incansable constancia por evitar el pecado, por vivir centrados en nosotros en lugar de vivir centrados en la voluntad de Dios, hasta el punto de que los que vivan junto a nosotros se sientan movidos a confiar en el Señor como se ha cantado en el Salmo responsorial.
Hermanos qué oportunidad ésta de nuestra celebración eucarística en la que podemos contemplar el rostro de Jesús no sólo en el grandioso crucifijo que se alza sobre el altar y en tantas imágenes, y de manera sacramental en la hostia consagrada, sino que además se digna hacerse visible en alguna gotera de esta basílica, para que pasemos a contemplarle interiormente, para que acudamos a Él en cada instante, pidiéndole fuerza para poner resistencia a las tentaciones, para pedirle consejo en nuestras decisiones importantes y en las de cada día, que también son importantes. Contemplémosle con su corona de espinas para evitar ser nosotros una de ellas, y tratemos de recibirle con el respeto y preparación que requiere la comunión eucarística y de ese modo no desdiga nuestra vida de un discípulo verdadero de tan gran maestro.