Hermanos: La liturgia de la Iglesia ante todo es obra divina, sin embargo en su celebración están presentes los gozos y angustias de los hombres. Hoy día palpamos la angustia de tantas familias a las que les falta el pan y han perdido su vivienda por no poder pagar la hipoteca. En esta celebración no nos desentendemos de tan graves necesidades. Precisamente lo que queremos es enfocar bien los problemas, pues la tentación de querer manipular al Señor la tenemos los que nos reconocemos fieles suyos y los que de alguna manera están alejados de Él. Tanto en la primera lectura como en el Evangelio ha salido a relucir esta situación en la que los hombres nos tenemos que decidir a favor o en contra de Dios. Tenemos que elegir entre fiarnos plenamente de Dios o desconfiar de Él. Y, para justificar su desconfianza, el hombre hace sus reproches a Dios o a sus representantes, como Moisés y Aarón: “¡Ojalá hubiéramos muerto a manos del Señor en Egipto, cuando nos sentábamos alrededor de la olla de carne y comíamos pan hasta hartarnos!” A los israelitas les puso el Señor la prueba de la obediencia y confianza en su palabra al recoger tan sólo el maná necesario para cada día y soportar el hastío de una comida poco sabrosa e invariable.
En el Evangelio hemos escuchado que es Jesús el que reprocha a los que habían comido el pan multiplicado en Cafarnaún que tan sólo le buscaban porque se habían saciado de pan. Era ésta una actitud egoísta que sólo se interesa por el beneficio material que les proporcionaba, sin atender para nada a su persona ni a su mensaje. Cuando les propone trabajar, interesarse por el alimento que perdura hasta la vida eterna, el verdadero pan bajado del seno de Dios, y que ese pan es Él mismo, su Cuerpo y su Sangre, entonces muchos dejaron de seguir al Señor.
Jesús no es un hombre cualquiera. Es Dios hecho carne y por eso no es una pretensión vacía proponernos creer en Él. Frente a la insatisfacción que proporcionan los bienes materiales por sí solos, Jesús nos promete un pan que da vida eterna. Pero hoy más que nunca se nos ofrece por todas partes una salvación humana al margen de Dios, la solución aparente a nuestros problemas, pero con la condición de nuestra ruptura con la verdad. La verdad de la realidad que nos ofrece la misma naturaleza y la revelación sobrenatural. No podemos exigir a los que no comparten nuestra fe que acepten la verdad revelada en la Sagrada Escritura, pero sí debemos reaccionar frente a las agresiones que contra el mismo ser humano y a su verdad constitutiva tal como se desprende de su misma naturaleza. Agresiones que .se cometen desde las instancias de la autoridad civil. Uno de tantos ejemplos nos lo ofrece la actual legislación española sobre la familia basada en la llamada “ideología de género”. La Conferencia Episcopal Española ha tenido que salir al paso de tan gran impostura en el documento del pasado mes de abril que se titula “La verdad del amor humano: Orientaciones sobre el amor conyugal, la ideología de género y la legislación familiar.” Es un documento que debemos leer tanto los pastores como los fieles, pues está claro que hemos caído en una pasividad sumamente peligrosa en la que consentimos que el Estado asuma el papel que no le corresponde de educar en la moral a vuestros hijos. Hemos dejado que sean los gobernantes quienes opten por nosotros en cuestiones decisivas que no podemos poner en sus manos. La legislación española sobre la familia introduce una deformación del lenguaje a través del cual se inocula, casi sin darnos cuenta, errores muy graves y perjudiciales que socavan el papel primordial de la familia en la sociedad. Es una oposición frontal al plan de Dios que acaba siendo la ruina del propio ser humano el cual pretende ganar realidad apartándose de Dios, su Creador y Redentor.
La verdad sobre el amor humano o sobre cualquier otra realidad de nuestra vida no puede conocerse con plena certeza y seguridad sin la ayuda de Dios por su gracia y por su revelación sobrenatural. Y esa gracia para no dejarnos desviar, o admitir fácilmente los engaños con que otros nos envuelven, se encuentra aquí precisamente en la Eucaristía. El que come de este pan como es debido, en gracia y confesando que el pan y el vino consagrados no representan ni significan, sino que son el Cuerpo y la Sangre de Cristo sin disminución alguna, ése no pasará hambre ni sed de una verdad mayor o que le llene más.
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Muchos herejes a lo largo de la historia, de un modo más o menos explícito, para oponerse a una verdad sobre la naturaleza humana o una verdad teologal, han procurado negar de cualquier manera la verdad sobre la Eucaristía. Y en adelante no van a seguir otra estrategia. Bien sea contra la verdad de la Eucaristía o contra la verdad de lo revelado en la Palabra de Dios sobre la santísima Virgen serán ambas verdades fundamentales las que se pretenderán disminuir o hacer desaparecer del todo para implantar por la fuerza el plan anticrístico que vemos va tomando fuerza impositiva cada vez con mayor descaro. Lo malo es que hay muchos dentro de la Iglesia y quizás también alguno de nosotros, con nuestras negligencias y poco amor al Señor, les estemos facilitando su labor demoledora. Algunos se sirven de su ciencia teológica para negar, con una presentación que presume de ser muy actual y adecuada al hombre de hoy, la realidad del Cuerpo y de la Sangre en la Eucaristía. Otros se oponen a darle el culto de adoración que exige la presencia real del Señor en las especies eucarísticas impidiendo o desprestigiando la comunión de rodillas y en la boca. Y pasando por alto que el comulgar en la mano es sólo una concesión, no se respeta en muchas iglesias el derecho del fiel a recibirla en la boca y de rodillas.
No es menos lamentable la negación del dogma de la creación por parte de muchos al profesar su fe en la falsa enseñanza del evolucionismo que se va imponiendo en los textos escolares y en las universidades. El profesor que enseñe la verdad de la creación, única coherente con la realidad que nos rodea por todas partes, se ve expuesto a una discriminación injusta y hasta perder su trabajo. No por casualidad se ha pedido desde muy distintos puntos la instauración de una fiesta litúrgica dedicada a Dios Padre, que se celebraría el primer domingo de agosto. La infinita misericordia de Dios y su poder creador son oscurecidos frecuentemente y es necesario afianzar esta verdad sustentante de nuestra fe por medio de la pedagogía de la liturgia. Las pruebas que estamos pasando, y las que precederán a la segunda venida del Señor, requieren que tengamos una imagen de Dios Padre correcta e inspirada en la Sagrada Escritura, porque seremos tentados de juzgar a Dios como injusto.
La celebración eucarística que estamos celebrando sella el compromiso que adquirimos todos nosotros con los que carecen de pan y un hogar digno. Los bienes superfluos de que nosotros gozamos tendrían que pasar a manos de los necesitados, no por la imposición de la fuerza,sino como consecuencia de una fe alimentada por la caridad.