Queridos hermanos en Cristo Jesús:
La segunda lectura de hoy, tomada del libro de la Sabiduría (1,13-15; 2,23-25), así como el salmo que tan bellamente ha cantado el niño de nuestra Escolanía (Sal 29) y el texto del santo Evangelio (Mc 5,21-43), nos colocan ante una de las cuestiones fundamentales que el ser humano se ha planteado siempre y ante la cual no valen las evasivas como respuesta, a pesar de que esta actitud huidiza es la más frecuente en el hombre de nuestro tiempo: la cuestión de la muerte.
Hoy es habitual evitar el tema de la muerte como de un tabú del que no se puede o no se quiere hablar. O, en todo caso, si se habla de ella, es de una manera tecnificada, con apariencia de espíritu científico, o bien se trata de una manera trivial, superficial, llegando a presentarla incluso de un modo bestial, tal como sucede en muchas películas. Pero en el fondo, estas formas de ver la muerte no son más que otra escapatoria para no preguntarse por lo realmente importante: ¿qué sentido tiene la muerte? ¿Por qué este hecho tremendo que corta de lleno la vida del hombre, muchas veces en su plena lozanía juvenil e incluso en la niñez?
La muerte es una realidad que a todos nos ha de llegar un día y de la cual no podremos entonces escapar. Cada uno de nosotros habrá de morir. Ésta es una de las cosas que más seguro puede tener cada uno. Por eso es preferible no encontrarse de bruces un día con la muerte sin haberse atrevido antes a preguntarse por ella, sin haber sabido buscar una respuesta a su porqué y sin haberse situado ante ella con seriedad. Cuando la muerte de una persona allegada nos sorprende y sacude, en muchas ocasiones nos acerca más a Dios, pero otras veces puede originar una crisis de fe en la bondad de Dios.
La primera lectura ha sido en este sentido muy aclaradora: “Dios no hizo la muerte, ni se recrea en la destrucción de los vivientes; todo lo creó para que subsistiera. […] Dios creó al hombre incorruptible, le hizo imagen de su misma naturaleza. Por envidia del diablo entró la muerte en el mundo, y la experimentan los que le pertenecen”. Es decir, la muerte ha sido uno de los efectos del pecado original y estamos ahora sometidos a ella porque, precisamente por ese primer pecado, hemos quedado bajo el dominio de Satanás. Y por eso mismo es solamente Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre para salvarnos del pecado y liberarnos de la tiranía del demonio, quien puede liberarnos también del poder de la muerte. Indudablemente, en el estado actual del hombre, hemos de morir; pero gracias a la acción redentora de Jesucristo en su Muerte y en su Resurrección hemos adquirido la dignidad de hijos de Dios, hemos recobrado la amistad con Dios y se nos han abierto las puertas del Cielo, esto es, la vida eterna de felicidad junto a Él.
Las resurrecciones obradas por Nuestro Señor, como la de la hija de Jairo que se ha leído en el Evangelio de hoy, son un signo y un anticipo de la resurrección de los cuerpos al final de los tiempos y una lección también acerca de la inmortalidad del alma: “La niña no está muerta, está dormida”, dice Jesús a los que lloraban y se lamentaban a gritos. De hecho, los cristianos no adoptaron el nombre de “necrópolis” (“ciudad de muertos”) para los lugares de sus sepulturas, sino el de “cementerio” (“dormitorio”), porque allí los cuerpos duermen y descansan mientras las almas de los difuntos han pasado a la vida eterna, ya en estado de dicha celestial, ya en estado purgante, ya en estado de condena, según sus obras.
La respuesta cristiana a la cuestión de la muerte es, por tanto, una respuesta llena de esperanza, porque el cristiano sabe que Jesucristo, habiéndose sometido a la muerte, ha vencido sobre ella con su Resurrección. De ahí el carácter profundo de esos versos que muchos hemos cantado con tanta emotividad en los cuarteles durante el homenaje a los Caídos por España: “Cuando la pena nos alcanza por un hermano perdido, cuando el adiós dolorido busca en la fe su esperanza, en tu palabra confiamos con la certeza que Tú ya le has devuelto a la vida, ya le has llevado a la luz”. En efecto, “la muerte no es el final”, tal como se titula la canción.
La cuestión de la muerte es la que propiamente nos resuelve la cuestión del sentido y del valor de la vida. Evadir la cuestión de la muerte conlleva adoptar una actitud de frivolidad y superficialidad ante la vida y caer con frecuencia en la amoralidad, pues nada se mira ni se hace entonces con seriedad. Por el contrario, ser consciente de la existencia de la muerte y de que después de ella hay otra vida eterna, y que lo que hagamos en esta vida tendrá parte directa en nuestra salvación o en nuestra condenación futuras, nos llevará a afrontar la vida con seriedad y con deseo firme de hacer el bien y defender la verdad.
Miremos, sigamos y amemos a Jesús a lo largo de nuestra vida para que podamos encontrarlo a nuestro lado en el momento de la muerte, dándonos entonces fortaleza y esperanza. Contemplémoslo en esta escena de la resurrección de la hija de Jairo, donde se descubre un Corazón lleno de delicadeza y ternura, pues se preocupa de que a la muchacha que acaba de levantar del lecho mortuorio le den de comer. Si penetramos en este Corazón de Jesús, al que podemos acceder por la herida de su costado, podremos estar siempre preparados para una buena muerte y no temer cuando nos llegue.
Quisiera finalmente dirigiros unas palabras a los padres que habéis traído a vuestros hijos para la prueba de ingreso. Nuestra Escolanía es heredera de la tradición de las escuelas monásticas surgidas desde la Alta Edad Media y en las que se forjó la civilización occidental. Como escolanía benedictina, su razón de ser es el servicio al culto divino y por eso mismo no puede renunciar a ser un verdadero centro de enseñanza católico, en su fidelidad a la doctrina de la Iglesia y en el fomento de la vida espiritual de los niños, que deben vivir como ángeles en la tierra. Nuestra Escolanía se gloría sanamente de ser el único coro de niños en el mundo que, además de la polifonía, canta diariamente gregoriano. Por eso han salido de aquí algunos de los grandes gregorianistas de hoy en España y en el ámbito internacional. Y del buen recuerdo y el cariño de los escolanos hacia este lugar tenéis un buen testimonio en tres de los chicos que han hecho de monitores de vuestros hijos durante estos días y que ahora terminan su formación aquí, con no poca pena por su parte. Las puertas de este lugar, que nadie ha conseguido cerrar, siempre estarán abiertas para ellos. Y vosotros, querido padres, espero que sepáis apreciar la oportunidad que para vuestros hijos se os brinda. Que el Señor os bendiga a todos los presentes y que Nuestra Señora del Valle os proteja bajo su amparo.