Queridos hermanos:
La semana pasada, al celebrar la fiesta de la Presentación del Señor, Purificación de María y la Candelaria, hemos contemplado a Jesucristo, el Hijo de Dios, como verdadera luz de las naciones (Lc 2,32). Él mismo ha dicho de sí: “Yo soy la luz del mundo” (Jn 8,12). Pero, ¿qué nos dice en el Evangelio de hoy (Mt 5,13-16)?: “Vosotros sois la luz del mundo”.
Jesús acaba de trasladar aquí a nosotros la luz, su luz, y, por tanto, también la responsabilidad de iluminar al mundo. Más aún, unas líneas antes nos dice: “Vosotros sois la sal de la tierra”. Está poniendo en nuestras manos una misión grandiosa: la evangelización del mundo, no sólo por medio de nuestras palabras, sino también, y sobre todo, a través de nuestras obras: “Alumbre así vuestra luz a los hombres para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo”.
No podemos profesar una fe y vivir otra realidad en nuestro día a día. Debemos ser coherentes con los principios cristianos en los que hemos crecido y que hemos abrazado, dando testimonio de ellos en nuestra vida privada y pública, sin distinciones ni divisiones hipócritas. Hemos de mantener una unidad de vida. Y, desde esa coherencia, estamos llamados a ser entonces la sal de la tierra y la luz del mundo.
Pero, ¿cómo se puede volver sosa la sal y cómo puede dejar de alumbrar la luz? Esto sucede cuando se aparta de la verdadera y única fuente de luz y de salinización, que es Cristo. Los sarmientos no pueden dar fruto si se separan de la vid (Jn 15,1-11), y es Él mismo quien nos ha dicho: “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos” (Jn 15,5). La sal enriquece la tierra, pero se puede volver sosa cuando se aparta de Cristo.
Por eso, para ser verdadera sal de la tierra y verdadera luz del mundo, nos es esencial permanecer unidos a Jesús: “Quien permanece en mí y Yo en él, ése da fruto abundante, porque sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5). Si no cuidamos la vida de la gracia, nos desarraigaremos de Cristo. Y la vida de la gracia se alimenta por tres medios fundamentales: los sacramentos, la oración y las buenas obras. No podremos dar fruto si dejamos de lado los sacramentos, sobre todo aquellos dos a los que habitualmente podemos y debemos acudir: la Penitencia o Reconciliación y la Sagrada Eucaristía, a la cual nos debemos acercar para recibirla en las debidas condiciones. Lamentablemente, hoy abundan quizá mucho más las comuniones que las confesiones: ¿estará realmente en condiciones de comulgar una persona que se acerca poco al confesionario? Será un error, por otra parte, no ver la confesión como el gran medio que la Misericordia de Dios nos ofrece para reconciliarnos con Él y liberarnos de nuestra basura interior.
Viviendo así, en la vida de la gracia, unidos a Cristo por medio de los sacramentos y de la oración, daremos frutos de buenas obras. Entonces podremos, como dice San Pablo en la segunda lectura (1Cor 2,1-5), predicar “a Jesucristo, y éste crucificado”, gracias a la acción del Espíritu Santo en nosotros. Y esas buenas obras iluminarán a los hombres, de forma notable en el desarrollo de la caridad, como dice Jesús y nos exhorta la lectura de Isaías (Is 58,7-10): “Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al que va desnudo y no te cierres a tu propia carne”.
Hoy precisamente, la Iglesia en España celebra la jornada central de la campaña contra el hambre en el mundo, promovida por la institución eclesial “Manos Unidas”. Este año, el Papa ha propuesto una gran campaña por parte de “Caritas Internacional” para combatir de lleno ese mal, de una manera muy distinta, desde luego, a la que propone cierta organización internacional inspirada en los principios de la francmasonería. Tal organización sostiene la hipótesis neomalthusiana y trata de que sea asumida como un dogma irrebatible. Dicha hipótesis afirma que el crecimiento de la población mundial es muy superior a las posibilidades de alimentarla y, por lo tanto, se debe reducir la población, sobre todo en el Tercer Mundo, pues ese organismo está empeñado en mantener una economía de capitalismo salvaje y a la vez difundir la subversión del orden natural con un progresismo moral con el que dice querer acabar con el hambre por medio del aborto y del negocio de los métodos anticonceptivos (que en realidad favorecen la promiscuidad y los contagios), a la par que imponiendo a los diversos países la ideología de género.
Pero la hipótesis neomalthusiana es absolutamente falsa desde el punto de vista científico, como hoy ya está sobradamente demostrado con cifras. En la actualidad, los recursos para sostener la población mundial crecen a un ritmo mucho mayor que ésta. ¿Dónde está, entonces, el problema? En la injusta distribución de los bienes y recursos. Los países ricos concentran la mayor parte de los beneficios e incluso se permiten destruir sobrantes de alimentos. La solución real al problema del hambre está en una promoción del desarrollo de las diversas sociedades humanas desde dos virtudes cristianas fundamentales: la justicia y la caridad. Esto es lo que trata de promover “Manos Unidas”, que en el año 2012 realizó 185 proyectos educativos, 99 sociales, 94 agrícolas, 89 sanitarios y 83 de promoción de la mujer, en África, Asia e Hispanoamérica. Las actividades sociales y caritativas nacidas de la Iglesia Católica gozan de una garantía de la que no pueden presumir todas las demás organizaciones, pues siempre hacen llegar a su destino los fondos reunidos. La colecta de hoy es para “Manos Unidas”.
En el desarrollo de la caridad y en la lucha por la justicia social, la Iglesia encuentra en su Historia ejemplos de santidad que revelan su carácter sobrenatural y la autenticidad de su mensaje y de su obra: santos que han luchado por la libertad de los cautivos y de los esclavos como Pedro Nolasco, Juan de Mata, Pedro Claver o Daniel Comboni; santos que han dado su vida contagiándose al cuidar a los enfermos o a cambio de otra persona como Bernardo Tolomei, Damián de Veuster o Maximiliano Kolbe; santos que han creado instituciones hospitalarias como Juan de Dios o Camilo de Lelis; santas que se han volcado en los ancianos, como Juana Jugan y Teresa Jornet; santos que han dado amor y dignidad a quienes su sociedad se lo negaba, como la Beata Teresa de Calcuta; santos que han promocionado a los obreros y su justa actividad sindical, como Alberto Hurtado y los Beatos Jerzy Popieluszko y José Gafo, enterrado en esta Basílica.
Que todos ellos, amantes siempre de María Virgen, sean para nosotros un ejemplo y estímulo.