Introducción
Bienvenidos seáis todos…
Como sabéis, la Cuaresma nos lleva a la celebración de la Santa Pascua; que es la celebración del misterio de Cristo, muerto y resucitado, y la celebración de nuestro propio misterio, ya que por el Bautismo todos fuimos incorporados al misterio de su muerte y resurrección.
Que la relación con Cristo que establecemos en la Eucaristía ilumine nuestra condición sagrada para ser liberados del pecado que nos impide trascender el horizonte temporal de este mundo, que solo ofrece la muerte como el final de todo.
Homilía
1.- Os decía al principio que la Cuaresma nos lleva a la celebración de la Santa Pascua; el Papa, en su mensaje para la Cuaresma de este año, nos indicaba que dejarnos guiar por la Palabra de Dios es el medio más adecuado para caminar hacia la Pascua y celebrar la Resurrección del Señor.
Para este domingo quinto de Cuaresma el Papa ofrecía la siguiente reflexión: “Cuando se proclama la resurrección de Lázaro, nos encontramos frente al misterio último de nuestra existencia: “Yo soy la resurrección y la vida… ¿crees esto?” (Jn 11,25-26). Es el momento de volver a poner con sinceridad, junto con Marta, toda la esperanza en Jesús de Nazaret: “Si, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo” (v. 27). La comunión con Cristo en esta vida nos prepara a cruzar la frontera de la muerte, para vivir sin fin en él. La fe en la resurrección de los muertos y la esperanza en la vida eterna abren nuestra mirada al sentido último de nuestra existencia; Dios ha creado al hombre para la resurrección y para la vida, y esta verdad da la dimensión auténtica y definitiva a la historia de los hombres, a su existencia personal y a su vida social, a la cultura, a la política, a la economía. Privado de la luz de la fe, todo el universo acaba encerrado dentro de un sepulcro sin futuro, sin esperanza.
El recorrido cuaresmal encuentra su cumplimiento en la Gran Vigilia de la Noche Santa: al renovar las promesas bautismales, reafirmamos que Cristo es el Señor de nuestra vida, y confirmamos de nuevo nuestro firme compromiso de corresponder a la acción de la gracia para ser sus discípulos”.
2.- En el mensaje del Papa hay unas palabras que nos dan la clave de todo: “La comunión con Cristo en esta vida nos prepara a cruzar la frontera de la muerte, para vivir sin fin con él”. La comunión con Cristo. Esta comunión se fomenta y se intensifica, mediante las celebraciones de la fe, y se desarrolla en las relaciones con el prójimo. Y al aludir a las celebraciones de la fe, no puedo menos que evocar la celebración cristiana del domingo, la participación en la Eucaristía y la proclamación de la misericordia del Señor en el sacramento de la reconciliación. En estas celebraciones encontramos la fortaleza necesaria para amar a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a nosotros mismos.
3.- El relato evangélico (Jn 11,1-45), nos va a ayudar para acercarnos a la humanidad de Jesucristo. Ciertamente, tal como nos ha llegado, resulta muy difícil discernir cuáles fueron los sentimientos de Cristo en el momento histórico de los acontecimientos, de lo que el evangelista consigna por la acción del Espíritu Santo (Jn 16,13; 14,26) que le iluminó el sentido de todo después de la resurrección; como sabemos, los evangelios no son narración de lo que Jesús hizo y enseñó (Hch 1,1); sólo reflejan la predicación de los apóstoles. Con todo, vamos a intentar a acercarnos a lo que entonces vivió el Señor.
Las hermanas le mandan este recado: “Señor, tu amigo, el que amas, está enfermo” Ven pronto, antes que se muera. Y el evangelista añade: “Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro”. Jesús amaba a esta familia; lo sabemos muy bien por otros lugares del evangelio (Lc 10,38-40). Jesucristo se encontraba a gusto con ellos; Marta y María, mujeres al cabo, le aman como mujeres, se sienten amadas y halagadas como mujeres; y el afecto de Cristo es el afecto de un varón. En estas relaciones podemos intuir una complementariedad afectiva en la verdad que el hombre natural no capta, pero SI el que es conducido por el Espíritu de Dios(1Cor 2,14-16).
Jesús tardó unos días en comprender que debía acudir a Betania; Lázaro se hallaba ya en el sepulcro.
4.- Cuando Marta se entera de que llega Jesús, sale a su encuentro; se desahoga dolorida por la tardanza del Maestro amado en acudir a ellas; Cristo se conmueve, se siente tocado por sus palabras. Marta quiere hacer partícipe a su hermana del alivio que le ha significado su encuentro con el Señor. María repite la amarga queja de su hermana. El evangelista añade: “Jesús, viéndola llorar y viendo llorar a los que la acompañaban, sollozó y, muy conmovido, preguntó: ¿Dónde lo habéis enterrado?”. La compasión, la sintonía con el dolor de estas hermanas, empieza ya a desbordarle por completo. Jesús lloró; los presentes comentaban: “¡Cuánto le amaba!”.
Le llevan ante el sepulcro, solloza de nuevo, compartiendo el dolor de todos, y poseído por sentimientos que ninguna mente creada es capaz de comprender (1Cor 2,2-9), exclama: “Quitad la losa”. Poseído por la experiencia viva del Padre, experiencia de la que a todos quiere hacernos partícipes, añade: “Lázaro, sal afuera…”.
Ya conocemos lo que sigue en la historia.
5.- Os invito a que en los días que faltan para la Pascua, os invito a que, como Juan, dejéis reposar vuestras cabezas sobre el pecho de Cristo (Jn 13,23; 21,20) para sentir allí los latidos de su corazón, los pálpitos de su humanidad, para alcanzar allí sus mismos sentimientos (Flp 2,5); el camino más rápido para avanzar en esa gozosa experiencia es el de comparecer confiados ante el trono de la gracia donde se alcanza la misericordia (Heb 4,16); ese trono de la gracia no es otro que la reconciliación sacramental.
Que la Virgen Madre os conduzca hasta allí.