Hermanos queridos en el Señor Jesús: La celebración de la Pascua nos está abriendo perspectivas de esperanza de salvación, de perdón de nuestros pecados, de vida en el espíritu, en un mundo que se niega a tener otras miras que las egoístas centradas en el tener, en el poder y en el placer. Este cambio de horizonte no nos resulta fácil a ninguno. Pero cuando hemos tenido experiencia de lo bueno que es el Señor no queremos que se nos borre de nuestro ser este conocimiento tan rico de la vida sobrenatural.
Las lecturas ilustran cómo se ha producido en la historia humana el cambio que ha tenido lugar con la muerte y resurrección de Jesucristo.
Los apóstoles lo pasaron muy mal cuando tuvieron que decir la verdad sobre la muerte de Jesucristo. Las autoridades judías no dejaron de responder con la violencia para disuadirles de predicar tales cosas, que les hacían a ellos responsables de una muerte homicida. Pero enseguida, en armonía con las palabras de Jesús en la cruz, añaden que lo hicieron por ignorancia. Y así es: los hombres no somos capaces de entrar en la hondura del pecado. Cuando estamos en contacto con el pecado solo pasamos una pizca del horror que le acompaña. Sólo Dios alcanza a ver el horror del pecado. Y sin embargo somos responsables de nuestros pecados conscientes, aunque gracias a esa ignorancia de la inmensidad del pecado Dios encuentra una buena excusa para perdonarnos si hay por nuestra parte suficiente arrepentimiento. El apóstol no da un rodeo para no hablar del pecado: dice que lo entregaron cuando Pilato ya estaba decidido a soltarlo, que prefirieron el indulto del asesino y la muerte del inocente, matan al autor de la vida que resucita. Pues bien este que muere y resucita es el Salvador de los hombres e intercede día y noche por nosotros.
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Pedro, cabeza de la Iglesia naciente no está resentido con los perseguidores judíos que había dado muerte a su querido Maestro de Galilea y lo único que les pide que se arrepientan y se conviertan. Les invita a que se hagan beneficiarios de su amor. En la historia humana esto nunca se ha visto: que alguien por impulso humano perdone tan gran culpa y encima le invite a participar de sus riquezas. Solo de Dios puede venir tanto amor, o de personas que están llenas de Dios.
Otro tanto hace el Apóstol Juan quien recomienda al que cometa pecado que pida a Jesús que abogue ante el Padre Dios, porque Él es víctima de propiciación de nuestros pecados. Esto es lo que celebramos en cada Eucaristía. El Señor se olvida de que le hemos ofendido cuando pedimos perdón. ¿Qué nos pide Dios? Que nos alejemos del pecado, que cambiemos nuestras vidas, y que vivamos felices en Su Amor. El Señor nos ama tanto y nos bendice. Guardemos Su Palabra. Seamos fieles a Sus mandamientos y esperemos el gran día que ha de llegar. Si nos pide compasión para su pobre Corazón que sufre día a día la ignominia de nosotros, que somos un pueblo rebelde y malvado. ¿A quién odiamos? A nuestro Hacedor, a nuestro Salvador, a quien nos ama desde el Sagrario, en un amor insondable y perdido. ¿No vamos a cambiar ante tanto amor que se nos ofrece tan generosa, tan gratuitamente?
Los discípulos reconocieron a Jesús al partir el pan. Es la oportunidad que tenemos hoy aquí y ahora. No podemos perder esta oportunidad. Es el año de gracia que ha convocado el papa Francisco. Y que no hay que esperar al día de la Inmaculada para aprovecharnos de él. Siempre es año santo para el que asiste a la Eucaristía con renovado amor, con la confianza de que las palabras de salvación que ha escuchado iban dirigidas a él. San Benito nos dice en la Regla que cuando hagamos esto, apartarnos del mal y hacer el bien, buscar la paz y seguirla, el Señor nos dirá: “pondré mis ojos sobre vosotros y mis oídos atenderán a vuestros ruegos, y antes de que me invoquéis os diré: Aquí me tenéis”. Y sigue san Benito: “Qué cosa más dulce para nosotros, hermanos carísimos, que esta voz del Señor que nos invita? Ved cómo en su piedad nos muestra el Señor el camino de la vida.”