Queridos hermanos:
Tanto en la Iglesia Oriental como en la Latina, la Sagrada Liturgia ha contemplado tradicionalmente unidos tres misterios de la Epifanía o manifestación de Dios en Jesucristo a la humanidad: la adoración de los Magos, pues supone la revelación del Salvador a todos los pueblos; el Bautismo, ya que se revela el misterio trinitario y la filiación divina del Redentor; y las bodas de Caná, dado que en ellas, por intercesión de María Santísima que adelanta “su hora”, Jesús obra el primer milagro con el que se descubre su divinidad.
En el Bautismo del Señor, en efecto, se nos da a conocer de manera explícita el misterio de la Santísima Trinidad, en el que se descubre la vida íntima de amor existente eternamente entre las tres divinas Personas: el Padre y el Hijo se aman en el Espíritu Santo. Allí, en el Jordán, descendió el Espíritu Santo sobre Jesucristo mientras se oía la voz del Padre llamándole “mi Hijo amado, mi preferido, el predilecto”. Por eso nos ha dicho San Pedro en la lectura de los Hechos de los Apóstoles (Hch 10,34-38) que Jesús estaba “ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo”; e Isaías (Is 42,1-4.6-7) había anunciado ya que Dios había puesto sobre Él su Espíritu.
En la profecía de Isaías se nos ha presentado a Cristo como el auténtico Mesías al que se debía esperar: “mi siervo, mi elegido”, “luz de las naciones” (lumen gentium), el que traerá el derecho a los pueblos y la verdadera liberación a los hombres. No hay otro Salvador y Redentor que Jesucristo, nuestro Señor. No busquemos vanamente queriendo encontrar un mesías por otras partes, ni en promesas mundanas de hombres, ni en sectas extrañas, ni en anuncios fatuos y sincretistas de una “Nueva Era” o New Age. Tampoco lo busquemos levantando falsos ídolos materiales, nuevos baales de metal y becerros de oro que se funden y se vienen abajo de la noche a la mañana: ¿ya no recordamos que hace exactamente diez años iba a entrar en funcionamiento el euro y se nos presentaba la nueva moneda como la gran promesa del futuro? Hoy, no sólo en España, aunque aquí de forma más acentuada, sino en toda Europa y todo Occidente, sufrimos una terrible crisis económica de raíces morales y podemos contemplar que el euro no es sino un ídolo de oro con pies de barro. Con acierto decía hace sesenta años el jesuita chileno San Alberto Hurtado que “el régimen capitalista, tal como hasta ahora ha vivido, no puede ser una solución admisible para el católico” (Moral social, I, 5.2.5). Es necesario volver la mirada hacia la Doctrina Social de la Iglesia, en cuya promoción se esforzó el tristemente ahogado “Centro de Estudios Sociales” del Valle de los Caídos para procurar la paz y la justicia social en España.
El deseo de construir un paraíso terrenal sin Dios es una tentación absurda del hombre contemporáneo. Y es absurda porque, como señaló Donoso Cortés (Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo, considerados en sus principios fundamentales), olvida una realidad de primer orden: el hombre está herido por el pecado original, que sólo se nos borra por el Bautismo instituido por Jesucristo, aunque sus efectos sigan latentes. Una vez más, por tanto, es Jesucristo el único y verdadero Redentor, no las promesas humanas.
El bautismo de Juan, como explicó San Gregorio Magno, era un bautismo de penitencia, pero sólo por medio del Bautismo instituido por Jesucristo se nos puede conceder la remisión de los pecados en aplicación de sus méritos redentores (Homilías sobre los Evangelios, XX, 2). Debemos reparar en la grandeza de este sacramento, que nos hace hijos de Dios y nos introduce en la vida divina de la Santísima Trinidad mediante la gracia santificante, y con ello nos hace asimismo miembros de la Iglesia y herederos de la gloria eterna. De ahí que la Iglesia haya recomendado siempre que se administre cuanto antes, pues un niño, antes del uso de razón, no puede suplir el bautismo ritual de agua con el bautismo de deseo, ya que todavía no ha desarrollado bien su entendimiento y su voluntad. Hoy es necesario insistir mucho, porque tanto por ignorancia religiosa creciente en nuestra sociedad, como por confusión y comodidad entre algunos eclesiásticos, se tiende a dilatar la administración del Bautismo en los niños. En ocasiones, este retraso se hace porque se olvida el valor del sacramento y se busca más la fiesta social; en otras, porque una mal entendida pastoral del sentido comunitario y parroquial de la celebración hace más cómodo para algunos sacerdotes reducir el número de ceremonias. Los fieles han de tomar conciencia del inmenso valor del Bautismo e insistir a sus párrocos en la necesidad de no retrasar los bautizos, y viceversa.
Aun cuando sea cierto que la existencia del limbo de los niños es materia opinable y que es posible que la misericordia divina disponga de medios extraordinarios para otorgar la salvación eterna a los niños muertos sin bautismo, no es menos cierta otra cosa: retrasar el Bautismo para los niños es retrasarles la vida de la gracia, y la vida de la gracia es participar de la naturaleza y de la vida divinas. Vivir la vida de la gracia es entrar en la vida de amor existente en el seno de la Santísima Trinidad, y la Santísima Trinidad habita en el alma del justo en estado de gracia (inhabitación trinitaria en el alma). ¿Nos damos cuenta de qué privilegio, de qué infinito don y tesoro estamos privando a los niños al retrasar su bautizo? Cuanto antes se les bautice (en el menor número de días posible), mucho mejor. Es absurdo además el argumento que sostiene que hay que esperar a que los niños crezcan y puedan decidir por sí mismos si quieren abrazar la fe y ser bautizados o no, ya que no se espera a que sean mayores para ver si quieren recibir alimento, porque se morirían; y lo mismo que es obligación buscar su bien material, lo es el facilitarles su bien espiritual.
Quiero concluir señalando que el próximo 27 de enero se estrenará en España Popieluszko, película sobre la vida y el martirio del capellán del sindicato obrero Solidaridad, asesinado por la policía secreta comunista en Polonia en 1984. En medio de tanto cine de escasa calidad moral e incluso artística, es bueno que los católicos nos interesemos por películas como ésta, o Cristiada (sobre la epopeya de los cristeros mexicanos) o Katyn (donde se ve la asunción cristiana de la muerte por los oficiales polacos asesinados por orden de Stalin). La memoria del beato Popieluszko estuvo presente en las Misas de campaña que hubimos de celebrar en el Valle de los Caídos hace algo más de un año. Que él atraiga las bendiciones del Hijo amado de Dios y de su Madre Santísima sobre todos nosotros.