DOMINGO DE RAMOS – B (2021)
(Texto del Evangelio de San Marcos)
Queridos hermanos:
El Domingo de Ramos nos abre la puerta de la semana más grande del año litúrgico, en la que contemplamos el amor infinito de Dios en la forma en que ha obrado la Redención del hombre. La Semana Santa nos descubre un amor que lo ha dado todo: Dios nos ha entregado a su Hijo Unigénito (Jn 3,16-17) y Éste mismo nos ha amado hasta el extremo (Jn 13,1), entregándose voluntariamente a la muerte más cruel para devolvernos la vida.
La Pasión de Cristo es su aparente derrota al sucumbir a manos de los hombres y, sin embargo, es su verdadera victoria, porque con su Muerte por amor y con la culminación en la Resurrección se ha obrado nuestra Salvación. La Resurrección de Cristo será su triunfo sobre el demonio, sobre el pecado y sobre la muerte; será la victoria que nos devuelva la gracia perdida y nos conduzca a la vida eterna y a la contemplación del supremo misterio de amor: el amor existente entre las tres divinas personas de la Santísima Trinidad. La Cruz se convierte así en símbolo de vida, señal de honor y anuncio de gloria: Cristo vence en la Cruz.
Aunque este año no hemos podido celebrar la procesión de los Ramos, de tan grande valor litúrgico y de tanta solemnidad y belleza en esta Basílica, al menos debemos tener presente que hoy rememoramos la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, recibido como el Mesías esperado, en cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento y alabado por el canto de los niños hebreos en honor del Hijo de David.
Acabamos de escuchar el canto de la Pasión de Aquel que, tan sólo unos días después de haber sido así aclamado, es condenado a muerte y, muchos de los que lo habían recibido con honores, manipulados ahora, exigen que se le crucifique. Pero esto también se hace cumpliendo lo que habían anunciado los profetas y por eso en la primera lectura se nos ha leído un texto de Isaías que recoge lo más esencial de la profecía del Siervo de Yahveh, el Siervo de Dios que con su sufrimiento redime al pueblo de Israel y al mundo entero (Is 50,4-7).
La Pasión de Cristo, además de ser la fuente de nuestra salvación, es también fuente de consuelo, especialmente en los momentos de dolor y sufrimiento, y en ella encontramos a Cristo como el modelo de todas las virtudes. En la carta de San Pablo a los Filipenses lo hemos visto como modelo de abajamiento, de despojamiento de sí mismo, de humildad (Flp 2,6-11). La angustia que a veces podemos experimentar ante las dificultades, la experimentó Cristo en el Huerto de los Olivos y en la Cruz, donde en su naturaleza humana sintió el silencio de Dios, hasta el punto de que hizo suyo el salmo 21 que ha cantado el salmista y que el evangelista recoge en sus primeras palabras incluso en arameo: “Eloí, Eloí, lamá sabactaní” (“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?).
Nunca deberíamos perder de vista que la Pasión de Cristo se realiza de nuevo, ahora de forma incruenta, cada vez que se celebra la Santa Misa. Por eso no existe nada igual al Santo Sacrificio de la Misa sobre la faz de la tierra. De ahí que una vivencia auténtica de la Semana Santa deba animarnos a la asistencia a la Misa dominical a lo largo del año ‒y mejor aún si es más frecuente e incluso diaria‒ y a una vida de oración y de búsqueda de Dios.
En fin, meditemos los misterios de la Semana Santa junto a María, que permaneció fiel al pie de la Cruz de su Hijo, lo sostuvo luego muerto en sus brazos y esperó con fe serena su Resurrección, colaborando así de forma subordinada a Él pero activa en la Redención del género humano, motivo por el que Papas como Pío XI y Juan Pablo II la denominaron “Corredentora” y Pío XII y Pablo VI “Socia del Redentor” o “asociada al Redentor”.
A este respecto, quisiera aclarar unas palabras del Papa Francisco que esta semana han causado confusión y turbación entre los fieles cuando ha dicho que María no es Corredentora, lo cual parece contradecir lo afirmado por los Papas anteriores. En sentido estricto, Cristo es el único Mediador y Redentor, como enseñan San Pedro y San Pablo (Hch 4,12; 1Tim 2,5) y, si al hablar de corredención se entendiese en grado de igualdad a este Redentor único, eso sería efectivamente incorrecto.
Ahora bien, como también enseña San Pablo, Cristo nos invita a participar en su Pasión ofreciendo nuestros padecimientos y asociándonos así a su obra redentora (Col 1,24). En este sentido subordinado a Cristo al acoger su invitación a participar en su obra redentora, es en el que los Papas anteriores y tantos santos y buenos teólogos han afirmado que María es verdadera Corredentora, y también nosotros en grado menor a Ella. Todos hemos sido redimidos por la Sangre de Cristo, y María la primera, pero en su caso quedando preservada del pecado original (la Inmaculada Concepción) en atención a los méritos redentores de su Hijo. Y también Ella ha sido la primera y principal colaboradora en la obra de la Redención de Cristo, porque gracias a su “fiat” nos vino el Salvador y Ella estuvo asociada a su Pasión sufriendo una auténtica Compasión. Por eso María, en este sentido, es verdadera Corredentora.
Que Ella nos lleve a participar también de la Pasión de Cristo para alcanzar la gloria con Él.