Queridos hermanos en Cristo Jesús:
El pasaje del Evangelio que acabamos de escuchar (Mt 22,15-21) es uno de los textos fundamentales en el pensamiento cristiano y en la doctrina social de la Iglesia con respecto a la relación entre ésta y el Estado. Se trata de una cuestión ciertamente espinosa y por eso mismo los fariseos y los herodianos intentan sorprender a Jesús con una respuesta comprometida, con la cual buscan tener la ocasión para acusarle ante la autoridad romana. En la época de Jesús, los guerrilleros zelotes, independentistas judíos, combatían la presencia de Roma en Palestina: en consecuencia, poder vincular a Nuestro Señor con ellos a través de una respuesta negativa en el pago de los impuestos se convertiría en el mejor argumento para terminar con Él.
Sin embargo, la solución ofrecida por Jesucristo deja a sus oponentes estupefactos: “Pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. No se trata de una argucia dialéctica ni de una evasiva para no ser acusado. Es en realidad una enseñanza que crea doctrina. Jesús delinea aquí la distinción entre el poder civil y el religioso, que en otras religiones resulta mucho más difusa o incluso de una confusión absoluta. Sin duda, el poder civil, lo que habitualmente hoy con mayor o menor fortuna denominamos Estado, goza de una legítima autonomía en la esfera de su actuación, que ha de tender a procurar el bien común de los miembros de la sociedad. Del mismo modo, el poder civil debe reconocer la libertad de la Iglesia en su finalidad espiritual y también en su responsabilidad moral de enseñar unos valores que son en realidad positivos para el bien del hombre y para la vida social.
Por eso, la distinción de poderes no implica una separación absoluta, sino la necesidad de una colaboración encaminada al bien completo de la persona y de la sociedad. Como dijera el cardenal Ratzinger, hoy Benedicto XVI, “la Iglesia no debe erigirse en Estado” ni confundirse con él; pero, a su vez, “el Estado no es fuente de verdad ni de moral. Ni apoyándose en su particular ideología, que puede estar basada en el pueblo, la raza, la clase o cualquier otra magnitud, ni a través de la mayoría, puede producir la verdad por sí mismo. El Estado no es absoluto”. (Verdad, valores, poder, Madrid, Rialp, 2005, pp. 103-105). Precisamente la Iglesia puede ofrecer al poder civil, sin absorberlo en su gestión, los principios de verdad y del orden moral con los que organizar rectamente la vida social para bien de ésta y de las personas que la conforman.
La auténtica doctrina de la Iglesia no desea la teocracia, que es la forma de gobierno que reposa sobre la confusión de la sociedad religiosa y de la sociedad civil. Pero hoy más bien vivimos una situación de “ateocracia”, como la calificó uno de los grandes pensadores del catolicismo social francés y creador de los “Círculos Católicos de Obreros”, La Tour du Pin, y que supone la exaltación de un poder absoluto del hombre para construir la sociedad sin la más mínima referencia a un orden moral superior, ni siquiera al orden natural común a todo el género humano. En este sentido, no podemos olvidar lo que nos ha enseñado el salmo 95: “El Señor es rey, Él gobierna a los pueblos rectamente”, doctrina confirmada y bien explicada por Pío XI en la encíclica Quas primas sobre el Reinado Social de Jesucristo. El texto de Isaías (45,1,4-6) también nos ha recordado la primacía de Dios sobre todo: “Yo soy el Señor y no hay otro”. No se pueden construir las realidades terrenas olvidando por completo a Dios: el intento de toda utopía que pretende ser edificada sólo y únicamente por el hombre y para el hombre termina siempre en el fracaso.
Por otra parte, hoy celebramos la inauguración oficial del nuevo curso en la Escolanía, que en esta Santa Misa se plasmará con la entrega de las cogullas a los niños que se incorporan a ella. Y nos alegramos de que la Escolanía crezca en su vocación de Hispanidad, al acoger de nuevo en su seno, junto a niños de España y de Ecuador, a otros de Bolivia y Guinea Ecuatorial.
La cogulla, hábito coral del monje, es blanca en estos niños, en alusión a la pureza angelical que debe ser el distintivo de sus almas. Su principal misión durante su estancia en la Escolanía, al igual que los ángeles, será el canto de las alabanzas divinas y el servicio del altar como monaguillos. Tal vez nadie mejor que uno de los niños haya definido la esencia de nuestra Escolanía benedictina cuando, a la pregunta de una periodista muy querida de ellos acerca de si se ponían nerviosos al cantar ante tanta gente, respondió con total naturalidad: “No, porque nosotros cantamos para Dios”. En efecto, estos niños hacen y nos exhortan a hacer lo que el salmista ha recitado: “Cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor toda la tierra”. A ellos también se puede aplicar lo que nos ha dicho San Pablo en la segunda lectura (1Tes 1, 1-5b): “Bien sabemos, hermanos amados de Dios, que Él os ha elegido y que, cuando se proclamó el Evangelio entre vosotros, no hubo sólo palabras, sino además fuerza del Espíritu Santo y convicción profunda”.
Queridos padres: habéis traído a la Escolanía a vuestros hijos, pero no dudéis que es Dios mismo quien realmente los ha escogido para esta misión de alabarle con sus voces y como monaguillos. Sentíos dichosos porque, en unos ambientes como los de hoy, en los que niños incluso de 11 y 10 años en algunos de vuestros pueblos (nos lo habéis contado) ya se dedican al “botellón” y a otras malas prácticas, vuestros hijos han sido entresacados por Dios para reparar las ofensas que se cometen contra el Sagrado Corazón de Jesús -hoy, 16 de octubre, la Iglesia recuerda a Santa Margarita María de Alacoque, difusora de esta devoción-. Dentro de unos días, muchos niños y jóvenes querrán divertirse con una fiesta como “Halloween”, imagen de la subcultura neopagana e incluso de trasfondo satánico; por el contrario, vuestros hijos en la Escolanía sabrán descubrir el sentido de la oración por los difuntos y el valor de la santidad, que es la vocación a la que estamos llamados todos los cristianos. Por lo tanto, dad gracias y dad gloria a Dios y esforzaos para que en vuestros hogares no encuentren una práctica opuesta a la vida espiritual que aquí se les trata de inculcar con la recepción de los sacramentos y el clima de oración.
Que la Virgen Santísima bendiga a estos niños y os bendiga a todos.
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