Introducción
Bienvenidos seáis todos.
Un saludo a los que os habéis unido desde vuestras casas; de algún modo nos constituimos ahora como Iglesia local, sacramento de la Iglesia universal._x000D_ El Papa, el pasado domingo, al inicio de la Gran Celebración de Cuatro Vientos, decía: “Al celebrar la Resurrección del Señor evocamos cómo Dios, por medio del Bautismo, nos injertó en la muerte y resurrección de su Hijo, y nos otorgó el perdón de los pecados. Pidamos, pues, al Señor que el agua que vamos a bendecir y derramar sobre nosotros, reavive nuestro Bautismo”.
Homilía
1.- San Pedro, que aún no había vivido la prueba de la Semana Santa, ni había recibido el Espíritu Santo para comprenderlo todo (Jn 16,13, 13,7), increpó a Jesús porque había anunciado que tenía que padecer mucho, ser ejecutado y resucitar al tercer día. La respuesta de Jesús fue tajante: “Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios”.
Del diablo, padre de la mentira (Jn 8,44) procede el rechazo del misterio de la Cruz; y, sin embargo, debemos asumir con naturalidad este rechazo espontáneo de todo sufrimiento. El misterio de Cristo, muerto y resucitado, ilumina el verdadero sentido del sufrimiento, sentido que trasciende el horizonte temporal de este mundo.
La Constitución Gaudium et Spes aludía a los desequilibrios que fatigan al mundo moderno; tales desequilibrios manifiestan la realidad del sufrimiento, cuyo sentido, vuelvo a repetirlo, solo se encuentra en el misterio de Cristo, muerto y resucitado. El mismo Concilio indicaba que tales “desequilibrios están conectados con ese desequilibrio fundamental que hunde sus raíces en el corazón humano” (GSpes,10). Y es que, como afirmaba el Papa hace unos días en Cibeles “Hay muchos que, creyéndose dioses, piensan no tener necesidad de más raíces y cimientos que ellos mismos. Desearían decidir por si solos lo que es verdad o no, lo que es bueno o malo, lo que es justo o injusto… estas tentaciones conducen a algo tan evanescente como a una existencia sin horizontes, a una libertad sin Dios”.
2.- Teniendo a Jesucristo como punto de referencia, podemos aplicarnos unas palabras que la Sda. Escritura le aplica a él; como a él, Dios nos ha formado un cuerpo para que nos relacionemos con nuestros se-mejantes; y como él, al empezar a existir en el seno de nuestras madres, exclamamos: “He aquí que vengo para hacer, oh Dios, tu voluntad” (Heb 10,5-7). No podía ser de otro modo; incluso podríamos afirmar que estamos programados para hacer la voluntad de Dios. El Papa en la solemnidad de la Stma. Trinidad de 2009 afirmaba: “Utilizando una analogía sugerida por la biología, diríamos que el ser humano lleva en su genoma la huella profunda de la Trinidad, Dios Amor”.
Aquí nos encontramos una vez más con la presencia del diablo que tanta desesperanza produce en el corazón del hombre. Para cumplir la voluntad de Dios es necesario aceptar con naturalidad nuestras debilidades, nuestros pecados. “Cristo cargó con nuestros pecados para que muramos al pecado y vivamos con toda rectitud” (1Pe 2,24); redimidos por Cristo, nos salvamos asumiendo las contradicciones de esta vida temporal con el mismo espíritu de Cristo; la vergüenza que causan los pecados antecede siempre al reconocimiento pleno de nuestra condición de hijos de Dios y objeto de su misericordia.
3.- La voluntad de Dios quedó indicada en el libro del Génesis: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza…A imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó… Los bendijo y les dijo: Sed fecundos y multiplicaos, llenad la tierra y sometedla…” (Gen 1,26-28).
La fecundidad que llena la tierra se realiza gracias a la familia que se funda en la verdad de la naturaleza; por eso, llamar familia al consorcio que no se funda en la verdad de la naturaleza, por más legal que sea, no deja de ser una forma de vivir en la mentira.
El sometimiento de la tierra lo hace posible el desarrollo del entendimiento humano, reflejo del entendimiento divino, cuando contempla a Cristo, como afirmó el Papa en SL del Escorial, como el LOGOS por quien todo fue hecho (Jn 1,3; Col 1,13-17). Y en este desarrollo en la verdad del entendimiento humano tiene un significado singular la vida consagrada, por cuanto su misma existencia invita a trascender el horizonte temporal de este mundo.
En el cumplimiento de la misión recibida vivimos el misterio de la Cruz que anticipa la vida eterna. Por mi parte puedo deciros que el misterio de la Cruz que vivo en la vida religiosa, con sus luces y con sus sombras, también me ha proporcionado el afecto sincero de muchos hermanos, y el cariño singular de hermanas e hijas.
4.- El misterio del dolor es connatural a esta vida temporal. El creyente vive momentos en los que resulta espontáneo evocar la agonía del Huerto de los Olivos, o la soledad del Calvario. Cristo, el Hijo predilecto del Padre, ha ido delante de nosotros (1Ped 2,21); por eso es nuestro redentor. Como hijos predilectos del Padre se sienten quienes asumen la tarea de ser redentores de los demás. De ahí la importancia de constituir siempre a Cristo como punto de referencia.
Arraigados y edificados en Cristo, y firmes en la fe (Col 2,7), fue el lema de la Vigésimo sexta jornada Mundial de la Juventud; firmes en la fe nos hallamos cuando estamos firmemente vinculados a la Iglesia; no se puede separar a Cristo de la Iglesia, como no se puede separar la cabeza del Cuerpo (1Co 12,12). Seguir a Cristo en la fe, es caminar en la comunión de la Iglesia, de otro modo se termina siguiendo una imagen falsa de Cristo. “Para el crecimiento de vuestra amistad con Cristo –decía el Papa en Cuatro Vientos- es fundamental reconocer la importancia de vuestra gozosa inserción en las parroquias, comunidades y movimientos, así como la participación en la Eucaristía de cada domingo, la recepción frecuente del sacramento del perdón, y el cultivo de la oración y meditación de la Palabra de Dios….Cuando se encuentra a Cristo, se lo da a conocer y se comunica a los demás la alegría de la propia fe”.
5.- ¿Qué puedo añadir, hermanos? Que la Virgen María os mantenga siempre firmemente arraigados y edificados en Cristo.
Que así sea, hermanos.