Queridos hermanos:
Los ángeles del cielo alimentan constantemente su vida espiritual con la contemplación del Hijo de Dios. Su felicidad se nutre de esa contemplación del misterio trinitario en el Verbo divino. Por eso se dice con verdad que Jesucristo es el “pan de los ángeles” y el “pan del cielo”. Casiodoro, casi contemporáneo de San Benito en la Italia de su época, afirma: “Cristo con razón es llamado pan de los ángeles, porque ellos en verdad se alimentan con la alabanza de Él mismo. Pues no se ha de creer que los ángeles comen pan corporal, sino que se nutren con aquella contemplación del Señor con la que una sublime criatura se alimenta. Pero este pan del cielo sacia a los ángeles y a nosotros nos sirve de alimento en la tierra: a ellos deleitándoles con su contemplación; a nosotros restaurándonos con su santa visitación” (Comentarios del Salterio, Ps 77)
Hemos escuchado en el Deuteronomio (Dt 8,2-3.14b-16a) que Dios alimentó al pueblo de Israel en su Éxodo por el desierto con un pan bajado del cielo: el maná. Por eso el maná ha sido visto siempre en la Tradición de la Iglesia como una figura que profetizaba la Eucaristía.
Y en el texto del Evangelio de San Juan (Jn 6,51-59), tomado del sermón del “pan de vida”, el mismo Jesús se nos presenta como “el pan que ha bajado del cielo” para darnos la vida eterna. Jesús nos dice que Él es el verdadero Hijo de Dios, enviado a nosotros por el Padre, y que ha venido a darnos la vida eterna, dándonos su Cuerpo y su Sangre. Esto sucede, como sabéis, en el Sacramento de la Eucaristía que hoy celebramos en esta solemnidad del Corpus Christi y que fue instituido por Jesucristo en la Última Cena, como un anticipo de su Sacrificio en la Cruz y de todo el misterio pascual, es decir, de su Pasión, Muerte, Resurrección y Ascensión.
En verdad, pues, este “pan del cielo” y “pan de ángeles” (cf. Sal 77,24-25) es Jesucristo: Él alimenta espiritualmente a los ángeles que lo contemplan en el cielo y alimenta también la vida de nuestras almas cada vez que lo recibimos en la Eucaristía. Nos lo ha dicho San Pablo en la primera carta a los Corintios (1Cor 10,16-17): el pan que es el Cuerpo de Cristo y el cáliz del vino que es su Sangre nos unen a todos en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Quien come la carne de Cristo y bebe su Sangre, como el mismo Jesús nos dice en el Evangelio de hoy, habita en Él y Él a su vez en aquel que lo recibe. Pero no olvidemos que en cada una de las especies consagradas, tanto en el pan como en el vino, está realmente Cristo entero, y de ahí que la comunión bajo una sola de las dos especies sea verdaderamente comunión completa.
Queridos hermanos: seamos muy conscientes de esta realidad maravillosa, de que realmente en la Sagrada Eucaristía está Jesucristo, el verdadero Hijo Unigénito de Dios hecho hombre para nuestra salvación. Al recibir la Sagrada Comunión, recibimos realmente a Dios en nuestras almas; recibimos a Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre. Por eso, quiero recordar algunas disposiciones necesarias para recibir la comunión.
En primer lugar, hacen falta unas disposiciones internas, fundamentalmente tres: estar en gracia de Dios, saber a quién vamos a recibir y cumplir el ayuno eucarístico de una hora previa a la comunión. Es fundamental hallarse en estado de gracia, es decir, sin tener pecado mortal, como ha recordado la Iglesia siempre. Si uno se encuentra en pecado mortal, debe acercarse antes al Sacramento de la Penitencia o Reconciliación y confesarse debidamente, con el propósito claro de enmendar sus pecados y de no querer vivir más en pecado mortal.
En segundo lugar, también son necesarias unas disposiciones externas, pero de ellas quiero incidir sobre todo en algo que hoy, por la pérdida inconsciente del sentido natural y también sobrenatural del pudor, que es la custodia de la intimidad, se olvida con frecuencia: me refiero a la modestia en el vestir. Nuestra sociedad ha perdido progresivamente el valor de la decencia y el decoro en el vestir, incluso a la hora de entrar en un lugar sagrado como es una iglesia e incluso al comulgar. Al sacerdote muchas veces se le plantea la duda de dar o no dar la comunión a una persona, tanto hombre como mujer, que se acerca vestida casi como si fuera a la playa, y muchas veces le da la comunión considerando la ignorancia y la buena voluntad de esa persona y que interiormente puede encontrarse en gracia de Dios, y asimismo con el fin de evitar un escándalo mayor rechazando en público a un comulgante. Pero deberíamos ser conscientes de que vamos a recibir a Dios mismo y que, por lo tanto, deberíamos evitar ciertos vestidos que muchas veces son más bien desvestidos.
En fin, que la Santísima Virgen, la Mujer que llevó en su seno al mismo Hijo de Dios, nos haga tomar conciencia de la grandeza de la Eucaristía y de las disposiciones adecuadas para recibir a Jesucristo en este Sacramento, que es el verdadero pan de los ángeles bajado del cielo para alimentar nuestras almas. Que en este fin de curso Ella bendiga a los niños de nuestra Escolanía, que tienen la misión de los ángeles de dar gloria a Jesús Sacramentado, y bendiga también a los niños que han venido a las pruebas de acceso para el curso próximo. A los padres de unos y de otros os expreso nuestro agradecimiento por el servicio prestado y por la confianza depositada.