Querido P. Joaquín, querida Comunidad y queridos hermanos en el Señor:
Las circunstancias han hecho que el P. Abad no pueda presidir esta celebración jubilar y que tenga que suplirle este pobre instrumento que no lo hará tan bien como lo habría hecho él. Celebración jubilar por los 50 años de profesión monástica y celebración que es además de verdadero júbilo para toda la Comunidad, porque, como dice San Pablo, “cuando un miembro sufre, todos sufren con él; cuando un miembro es honrado, todos se felicitan” (1Cor 12,26). En estos momentos, toda nuestra Comunidad debe sentirse unida a nuestros PP. Abad y Manuel en su enfermedad (y me consta que usted, P. Joaquín, les llama diariamente para saber qué tal se encuentran y darles ánimos) y, por otro lado, debemos alegrarnos todos de un día como el de hoy, en el que un hermano nuestro celebra sus 50 años de consagración a Dios en la vida monástica.
La caridad tiene que ser uno de los fundamentos esenciales de nuestra vida comunitaria entre todos y en torno a la figura del Abad, que hace las veces de Cristo entre nosotros (RB II, 2). Muy bien nos ha señalado N. P. S. Benito este proyecto de vida en el precioso capítulo penúltimo de la Santa Regla, con unas palabras que nunca estará de más recordar: “se anticipen a honrarse unos a otros; que se soporten con la mayor paciencia sus debilidades, tanto físicas como morales; que se obedezcan a porfía unos a otros; que nadie busque lo que le parezca útil para sí, sino más bien lo que lo sea para los otros; que practiquen desinteresadamente la caridad fraterna; que teman a Dios con amor; que amen a su abad con afecto sincero y humilde; que no antepongan absolutamente nada a Cristo, el cual nos lleve a todos juntos a la vida eterna” (RB LXXII, 4-12).
La ruta, pues, nos la marcó muy clarita N. P. S. Benito hace ya quince siglos; nosotros tenemos que seguirla ahora con fidelidad y esforzarnos por ponerla en práctica cada día, que es sin duda lo más difícil, ya que todos estamos heridos por el pecado original. Sin embargo, si de verdad queremos, con la gracia de Dios podremos. Y quince siglos atestiguan que es posible vivir como el Santo Patrono de Europa nos enseñó. En estos quince siglos, la Orden Benedictina ha dado a la Iglesia muchos motivos de gloria, pero sobre todo ha contribuido a hacer brillar lo más importante en ella, aquello sin lo cual la Iglesia jamás reluciría a pesar de todas las glorias terrenas que pudiera tener: la santidad, fruto del Espíritu Santo entre los cristianos.
¿Cómo se enlazan 50 años de profesión monástica con 15 siglos de historia y tradición? Entre otras cosas, por el valor del primero de los votos establecidos por el santo legislador de Nursia: la estabilidad (RB LVIII, 17). Y sin duda la estabilidad es uno de los grandes valores que la vida monástica puede y debe transmitir al mundo de hoy, a este mundo del cambio constante, de la inquietud permanente, del disgusto continuado con uno mismo, de la insatisfacción más completa ante la vida. El Papa Francisco ha incidido en varias ocasiones, sobre todo al dirigirse a los jóvenes y muy en especial a los religiosos jóvenes, que hoy impera lo que ha llamado una “cultura de lo provisional”, de la carencia del compromiso definitivo por una opción, de la inestabilidad. Él mismo ha invitado a ir contracorriente y romper esta dinámica, apostando por una elección de por vida. Así, frente a ese hacerse y deshacerse continuo de matrimonios y de vocaciones sacerdotales y religiosas al que hoy lamentablemente asistimos, el voto benedictino de la stabilitas es a un mismo tiempo tradicional y revolucionario ?empleo términos del Papa?, porque se fundamenta en una experiencia fructífera de siglos y a la vez rompe con todos los moldes de un mundo que parece buscar su propio suicidio por una inestabilidad constante; inestabilidad, por otra parte, que en el fondo es aquella tentación de la acedia que los santos monjes del Desierto supieron detectar con sabia discreción y combatir con firmeza interior ya en el siglo IV. En este sentido, 50 años de consagración suponen un testimonio ante el mundo.
Otro testimonio cualificado de la Tradición monástica ante el mundo y al que nuestro P. Joaquín se ha entregado con una dedicación que todos reconocemos, es el deseo de conocer, profundizar y penetrar la Sagrada Escritura, amándola cuanto más se la estudia y cuanto más se rumian sus textos, que son los textos de la Palabra de Dios, sobre todo en la lectio divina, en esa lectura orante bajo la guía del Espíritu Santo. La Sagrada Escritura, conocida y rumiada por los monjes a través fundamentalmente de la lectio divina y de la Liturgia a lo largo de los siglos, ha sido siempre el pilar esencial de la sabiduría monástica. Y ante el mundo de hoy, tan pendiente de las últimas noticias, de las novedades más recientes, de los medios de comunicación y de las nuevas tecnologías ?de las que no niego sus aspectos positivos, pero que con frecuencia llegan a causar una auténtica obsesión alienante para el ser humano?, la Sagrada Biblia siempre aportará al hombre el conocimiento de las verdaderas realidades últimas y la respuesta a las preguntas más profundas: aquellas que se refieren a Dios, al hombre y al mundo. Por eso San Benito nos exhorta a los monjes a “escuchar con gusto las lecturas santas” (RB IV, 55), pues en todas ellas, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, encontraremos “normas rectísimas para la vida humana” (RB LXXIII, 3).
En fin, que en este día en que la Iglesia conmemora a la Santísima Virgen María en su Realeza, Ella, a la que nuestro P. Joaquín siempre ha profesado singular devoción, le bendiga y le proteja, porque como “Reina de los Monjes” ?según la hemos invocado secularmente? no desatiende a ninguno de los que han consagrado su existencia a Dios en este precioso modo de vida que es el camino monástico. Que Ella nos enamore cada día más de nuestra vocación monástica, que es un privilegio dado por Dios, nos haga percibir que las dificultades no son insuperables y nos lleve a vivirla con autenticidad y entrega.