Nota:Esta homilía fue pronunciada en el Monasterio de la Concepción Francisca (“La Latina”) de Madrid el día 25 de noviembre por la tarde.
Rvda. y muy querida M. Abadesa, Sor Mª Ascensión; queridas MM. Concepcionistas; queridos hermanos sacerdotes y queridos todos en el Señor:
Acabamos de oír en el relato del Evangelio (Jn 18,33-37) que Jesús afirma de sí mismo: “Soy Rey. […] Todo el que es de la verdad, escucha mi voz”. Nuestro Señor Jesucristo, como recordó Pío XI en la encíclica Quas Primas de 1925, reina en las inteligencias, en las voluntades y en los corazones, pero también en las sociedades, aun no siendo el suyo un reino temporal, sino espiritual. Ahora bien, esa faceta de la dimensión social de su reinado, que aquel Papa deseó recalcar frente al laicismo y que en nuestro tiempo se quiere olvidar, no es la que en este momento quisiera resaltar, pues nos encontramos ante la celebración de un acontecimiento como el de la renovación de unos votos religiosos a los 60 años de haber realizado una ofrenda total de la propia vida al que es Rey y Señor de todos los hombres. Y de una monja concepcionista que revive hoy su entrega a Cristo, puede decirse sin duda que sigue escuchando su voz, que la invitó un día a dejarlo todo para seguirle sólo a Él como los Apóstoles (Mt 4,22; Mc 1,20; Lc 5,11), dedicándose a contemplarlo a sus pies como María de Betania (Lc 10,39) y meditando sus misterios en el corazón como la Santísima Virgen (Lc 2,19.51).
La monja concepcionista quiere configurarse de lleno con Jesucristo Rey y con María Inmaculada y Reina, abrazándose a Él en la Cruz y aprendiendo de Ella todas las virtudes y el modo de unirse a la Pasión del Señor para colaborar en la Redención de todos los hombres, desde su inmolación escondida pero sumamente eficaz para la misión de la Iglesia universal.
¿Cómo puede vivir una monja concepcionista en su interior la Realeza de Cristo? Desde los tiempos de Santa Clara, ella misma y sus hijas espirituales han comprendido su entrega a Dios como una unión esponsal con el Señor, entrando en la vida íntima de la Santísima Trinidad para vivir según la perfección del Evangelio (cf. Fórmula de profesión; y San Francisco de Asís, Forma de vida para Santa Clara). Las monjas clarisas y las concepcionistas, según la petición de su Padre Francisco, vivirán en su interior la llegada del Reino de los Cielos, dejando que Cristo reine en ellas por su gracia, contemplándole, viviendo el perfecto amor a Él y gozando de su dichosa compañía (San Francisco, Paráfrasis del Padrenuestro). Así es como las monjas que viven del espíritu de San Francisco y Santa Clara, sobrellevando con amor sus fatigas, alcanzarán ser coronadas como reinas juntamente con la Virgen María en el Cielo (San Francisco, Exhortación cantada a Santa Clara y sus hermanas).
La fidelidad de una monja concepcionista a los 60 años de haberse desposado con Jesucristo viviendo en el Corazón de María Inmaculada es un ejemplo para todos nosotros. Supone un testimonio de que es posible realizar una donación total de sí mismo por amor puro y que, por encima de los vaivenes y las vicisitudes de la vida, la perseverancia en el propósito inicial de vivir hasta la muerte en la vocación a la que una persona ha sido llamada por Dios, es igualmente posible. ¡Cuántos jóvenes y no tan jóvenes abandonan hoy la vocación religiosa o sacerdotal al menor síntoma de crisis interior o cuando algo se interpone en el camino que habían emprendido! ¡Cuántos matrimonios se rompen ante el descubrimiento de las diferencias que entre el marido y la mujer tienen que surgir porque son personas distintas! ¡Cuántos chicos y chicas hay que no saben que hacer con su vida, incluso con más de 40 años de edad! ¡Qué sociedad débil hemos venido creando, hasta entre personas de vida piadosa! Por eso, un ejemplo de 60 años de fidelidad es un auténtico testimonio.
Además, hoy siguen siendo necesarias, quizá aún más que antes si cabe, almas entregadas a la vocación religiosa y muy en particular a la vocación contemplativa. Dios desea almas que se consagren a Él por completo; las anhela, clama por ellas, las llama por su nombre para que se entreguen de lleno a su servicio amoroso y para hacerlas participar de su Amor infinito. Eso es la vocación religiosa: una llamada interior de Dios a una persona para que le dé toda su vida mediante la profesión de unos votos, por los que se liga a Él de manera especial. Por lo tanto, es una llamada que espera una respuesta. La libertad del ser humano para amar es interpelada por un Dios que es Amor.
Las almas consagradas a Dios en la vida contemplativa se convierten en almas de reparación, dedicadas a desagraviar tantas ofensas e ingratitudes cometidas contra su Amor. Almas volcadas por entero al servicio de Dios en la alabanza, en la adoración, en el espíritu de caridad comunitaria… Almas que, siendo sólo de Dios, viven para todos con un amor universal. Almas que participan de la obra redentora de Cristo, con quien se configuran como su Modelo y Maestro. Almas que gozan contemplando su rostro y escuchando en silencio sus palabras. Almas que se abrazan a Él en la Cruz aliviando los dolores ajenos. Almas que han descubierto en la renuncia incluso de muchos deseos lícitos la más seria afirmación de su personalidad y la raíz más profunda de su felicidad. Almas a las que se ha prometido el ciento por uno en esta vida y además la vida eterna.
¡Dios tiene sed de amor, de almas consagradas, de almas de reparación, de almas entregadas a Él de un modo absoluto, que le correspondan en el amor no correspondido por tantos hombres, almas que le amen por los que no le aman, almas sobre las que Él deje derramar todo su Amor para así misteriosamente derramarlo sobre todos esos hombres que no le aman! ¡Almas de Dios por entero, fieles a su vocación religiosa, para quienes Dios tenga en todo la primacía en sus vidas! ¡Almas de Dios y para Dios!
Que María Inmaculada, Santa Beatriz de Silva y la Sierva de Dios Isabel la Católica alcancen del Señor todas las bendiciones sobre la M. Ascensión y su Comunidad, y que muchas jóvenes abran sus corazones al Señor para consagrar sus vidas en este Monasterio que ha dado tantos frutos de santidad, contándose entre ellos el de la M. Mª Ana Alberdi.
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En este día de la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, nos reunimos para celebrar las bodas de diamante de Sor Ascensión Gutiérrez, M. Abadesa de este Monasterio de la Concepción Francisca, “la Latina”, que acaba de conmemorar el V Centenario de su fundación por Beatriz Galindo y de ser testigo también de la clausura de la fase diocesana del proceso de beatificación de la M. Mª Ana Alberdi, a la que muchos tuvimos la dicha de conocer.