(Si vas a utilizar esta guía de visita de la Basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos, te recomendamos descargar esta página antes de adentrarte en la Basílica, ya que dentro de la iglesia no tendrás cobertura ni internet).
El entorno
El monumento de la Santa Cruz se asentó en el valle de Cuelgamuros, rebautizado como “Valle de los Caídos”. Se halla emplazado en la vertiente meridional de la Sierra de Guadarrama y pertenece al municipio de San Lorenzo de El Escorial. En palabras del segundo arquitecto, Diego Méndez, “es un valle bravo y recio, a manera de garganta bellísimamente dispuesta en composición majestuosa y formando unidad”; “la roca aflora por todas partes, y sólo el pino, la jara, el roble y el chopo, este último en alguna pequeña zona, ha conseguido arraigar, para vestir la dura corteza”.
Pero dejemos la palabra a la pluma del primer abad del Valle y famoso escritor e historiador, el P. Justo Pérez de Urbel:
“De esta manera fue sacado del olvido uno de los más bellos rincones de la geografía española. Es un valle espacioso y accidentado (1.360 hectáreas forman el término acotado), con zonas de una rica vegetación serrana: el pino, la jara, el roble y el chopo, en las partes más hondas, y austeros salientes rocosos, cuyos picachos bravíos revisten bellas y caprichosas formas. Más que el paisaje alpino, que se caracteriza por apacible amenidad de égloga, es la montaña austera y fuerte, aunque no le faltan abundancia de regatos, frondosidad jugosa y parajes llenos de gracia y amenidad. En la cabecera, solitario y firme, se alza el risco de la Nava, de recortadas piedras y ariscas laderas. Navacerrada ostenta al Norte sus duras crestas, cerrando las cimas de Abantos, ocultando las cúpulas y las torres de El Escorial; sólo al Mediodía desciende bruscamente el terreno, brindando generosamente la entrada. Todo en este escenario es de una armonía perfecta: los montes que le ciñen y le fecundan con las nieves invernales, los recodos y laderas que se agazapan medrosamente entre las gargantas, la alta pirámide central, que parecía como el pedestal en espera de la obra gigante ideada por el genio.”
La Cruz
La Cruz no solo domina las construcciones y la totalidad del paisaje circundante, sino también la idea que inspiró el proyecto realizado en el Valle. Antes de proceder a su realización fueron muy numerosos los diseños a lo largo de casi diez años. Tras el fallecimiento en 1950 del arquitecto director de las obras, Pedro Muguruza, su sucesor Diego Méndez logró dar forma al esbozo definitivo, conjugando la solución de los problemas técnicos con un trazado que se adecuara a la simbología cristiana de la Cruz, al margen de los usos funcionales con que se la había concebido hasta entonces. Al mismo tiempo se conseguía una simbiosis total con el entorno natural: el cerro de la Nava es utilizado como pedestal milagrosamente surgido en el centro del anfiteatro para aupar en su propia verticalidad la de la Cruz, cuyos brazos se prolongan en los de la cadena montañosa que la circunda.
Su altura total es de 150 m., de los que 25 corresponden al basamento con los evangelistas, 17 al cuerpo intermedio con las virtudes y 108 al fuste de la cruz. Si a ello se añade la altura de la peana rocosa sobre la que se alza, habría que sumarle los otros 150 correspondientes a ésta. La longitud de los brazos es de 46’40 m.
La estructura del conjunto se ha fabricado con hormigón armado reforzado con un bastidor metálico y recubierto con cantera labrada y mampostería de berrugo. La construcción se hizo sin andamiaje, elevando la edificación desde dentro, como si se tratara de una chimenea; al mismo tiempo iban subiendo las escaleras y el montacargas, donde ahora existe un ascensor, por el interior. Los brazos, con una orientación norte-sur, se realizaron también sin andamios, colgando una plataforma del armazón de hierro, según se iba montando éste.
Esta obra extraordinaria de arquitectura e ingeniería ha tenido un complemento excepcional en la aportación estética de las esculturas que aparecen en el basamento y en el cuerpo intermedio, concebidas y ejecutadas por Juan de Ávalos en perfecta armonía con la concepción de la cruz y con el marco natural al que iban destinadas: las imágenes imponentes de los cuatro evangelistas (San Juan, San Lucas, San Marcos y San Mateo) y por encima las cuatro virtudes cardinales (Justicia, Fortaleza, Prudencia y Templanza).
San Juan y San Lucas
San Marcos y San Mateo
Hoy es un espacio natural protegido, en el que abundan también animales tales como ardillas, corzos, zorros, jabalíes, reptiles variados y diversos tipos de aves.
El funicular
Existe un funicular que asciende a la base de la Cruz monumental en dirección sureste-norte, desde una altura de 1.258 m. hasta 1.383 m., salvando, por tanto, 125 m. de desnivel en un recorrido de 277,6 m. Tiene una pendiente mínima del 43,44% y la máxima es del 53,1%. Los vagones cuentan con una ventana en el techo para contemplar mejor las hermosas e impresionantes vistas. A un lado de la vía hay una escalera de emergencia con 738 peldaños. Actualmente es la empresa “Rocafort” la encargada de su mantenimiento y gestión, si bien en el momento presente no funciona.
También se puede ascender a la Cruz por un camino con rampa y escaleras, perfectamente transitable en condiciones normales a pie (cementado hasta la llegada a las escaleras), que parte del lado trasero del cerro de La Nava.
Asimismo, un ascensor de uso restringido permite el acceso a la Cruz por el interior de la montaña.
El pórtico y la nave
Los planes iniciales de la Basílica subterránea, excavada en el cerro de La Nava, fueron realizados por el primer arquitecto, Pedro Muguruza, pero Diego Méndez los culminó y llevó a cabo ciertas modificaciones sobre las ideas originales.
Se accede a ella desde la explanada frontal, cerrada por una gran exedra semicircular porticada por la parte de la montaña, que presenta en su centro la entrada al interior de la Basílica. Sobre la puerta de bronce de Fernando Cruz Solís, en la que están representados varios de los misterios del Rosario, se observa la magnífica Piedad de Juan de Ávalos, elaborada con piedra negra de Calatorao (provincia de Zaragoza), al igual que las grandes imágenes de la Cruz, del mismo autor.
Vestíbulo de entrada y reja
La Basílica tiene 262 m. de longitud y alcanza su máxima altura en el crucero, donde se alza hasta los 41 m. Después de atravesar los vestíbulos de entrada, se llega a la gran reja que da acceso propiamente al espacio de la iglesia: es obra de José Espinós y en ella están representados varios santos españoles y extranjeros. Justo antes de pasar la reja, dos ángeles con espadas, de Carlos Ferreira, custodian la entrada como los ángeles del Paraíso. Según testimonio del fundidor, están elaborados con bronce de cañones de la guerra, en señal de que ésta por fin ha terminado.
Volviéndose hacia el exterior, se observa en lo alto la imagen de Nuestra Señora del Valle, de Ramón Lapayese, obra en alabastro de algo más de 2 m. de altura. Por un efecto óptico y la distancia desde el suelo, a quien la contempla le parece sin embargo más pequeña que él mismo.
La nave
La nave está a un nivel más bajo para realzar el presbiterio y romper la monotonía de un espacio tan largo: fue un verdadero acierto de los arquitectos. Inicialmente iba a tener sólo 9 metros de ancho por otros tantos de alto, pero se comprendió que esas dimensiones causarían sensación de claustrofobia y se decidió agrandar. Ahora tiene un ancho de 18 metros.
La excavación y el vaciado se hicieron en plano inclinado hacia la puerta de acceso para evacuar los escombros en vagonetas del tipo de las habituales en canteras y minas. Al optar por un ensanchamiento de la nave y para poder realizarlo con el mismo sistema, se rellenó de nuevo con escombros todo lo que se había excavado, con el fin de comenzar la operación desde más arriba. Para evitar desprendimientos, se prepararon unos muros de contención en esa zona.
Las capillas laterales de la nave
A lo largo de la nave, existen seis capillas en los laterales dedicadas a distintas advocaciones de la Virgen como Patrona de los Ejércitos y por su vinculación a aspectos importantes de la Historia de España. Por orden de entrada, a la derecha: Inmaculada Concepción, Nuestra Señora del Carmen (ambas son obra de Carlos Ferreira) y Nuestra Señora de Loreto (Ramón Mateu); a la izquierda; Nuestra Señora de África (Ferreira), Nuestra Señora de la Merced (Ramón Lapayese) y Nuestra Señora del Pilar (Mateu).
Los otros elementos escultóricos y pictóricos en el interior de cada capilla son obra de la familia Lapayese. Se trata, en cada una, de dos imágenes en alabastro de los Apóstoles, de tal modo que conforman el conjunto de los doce (por supuesto, en lugar de Judas Iscariote se encuentra ya San Matías). Como elemento pictórico, en cada capilla hay un tríptico de estilo gótico flamenco del siglo XV (elaborados en el siglo XX por la familia Lapayese) y un frontal de altar en relieve; en ambos casos representan escenas de la vida de Cristo y de la Virgen María.
En los espacios entre cada capilla hay ocho tapices con escenas del Apocalipsis, copia de una colección flamenca del siglo XVI adquirida por Carlos V y traída a España por Felipe II. Los originales se encuentran en el Palacio de La Granja. No obstante, estas copias tienen un destacado valor.
Detrás de cada capilla y de las dos grandes capillas laterales del crucero (Santísimo y Sepulcro), descansan los restos de casi 34.000 caídos, conforme al registro existente de ellos, ó más de 50.000 e incluso hasta cerca de 70.000 según otras estimaciones muy probables. Son caídos de ambos bandos, procedentes de todas las regiones de España, en señal de hermanamiento y reconciliación.
Capilla de la Inmaculada
La Inmaculada Concepción es la Patrona de España y del Arma de Infantería, y por extensión ampara al Ejército de Tierra. Los Tercios españoles se encomendaron a Ella desde el siglo XVI y en las universidades españolas se hacía el “voto de la Inmaculada”, por el que los universitarios se comprometían a defender el privilegio mariano.
Cada año, en las segundas vísperas de la Inmaculada, los monjes junto con los niños escolanos realizan una procesión a la capilla para renovar una consagración a la Inmaculada que se hace en todos los monasterios de la Congregación de Solesmes desde los inicios de ésta, pues se la confió también su fundador, Dom Próspero Guéranger.
Capilla del Carmen
Nuestra Señora del Carmen es la Patrona de la Armada y de todo el mundo marinero, ya que se apareció en el mar al carmelita inglés San Simón Stock. Por eso aparece sobre una barca, como con frecuencia la veneran los pescadores. Varias naciones hispanoamericanas la tienen también por Patrona nacional o de algunas regiones: así, es la Patrona principal de Chile (Nuestra Señora del Carmen de Maipú).
En la fiesta de la Presentación del Niño Jesús y Purificación de María (“la Candelaria”, el 2 de febrero), al inicio de la Santa Misa, tiene lugar otra bella procesión de los monjes y los niños escolanos a la capilla, ya que el misterio está representado en ella.
Capilla de Loreto
La Virgen de Loreto es la Patrona del Ejército del Aire. Aparece representada en su casa siendo transportada por los ángeles, conforme a la tradición piadosa.
Capilla de África
Nuestra Señora de África es una advocación de gran tradición en Ceuta y en los territorios que conformaron el Marruecos español, donde se produjo el alzamiento que dio paso al conflicto de 1936-39. La representación es una Piedad de tipo bizantino tardío.
Capilla de la Merced
La Virgen de la Merced, de gran raigambre en Barcelona y en Cataluña, ha sido muy venerada también en otras partes de España, de Europa y de América, gracias a la Orden de los frailes mercedarios, que nació para liberar a cautivos cristianos en tierras del Islam pagando su rescate o incluso entregándose ellos mismos a cambio de éstos. Es Patrona principal o secundaria de algunas naciones: por ejemplo, Perú, Ecuador y República Dominicana. Los mercedarios realizaron una gran labor misionera en América y expandieron su devoción allí. En La Basílica recuerda a todos los presos durante la guerra de 1936-39 y a quienes después redimieron condena por medio del trabajo.
Capilla del Pilar
Nuestra Señora del Pilar es Patrona de la Hispanidad y de la Guardia Civil. La imagen de Ella que se observa en esta capilla es absolutamente original: en vez de la representación típica, el artista ha sacado a la Virgen fuera de la columna y el Niño Jesús está apoyando un pie sobre ella. Por una parte, tiene una motivación funcional, para poder aprovechar el espacio sin que la Virgen quede muy reducida en tamaño. Por otro lado, se puede hacer una lectura teológica: Cristo es la verdadera piedra angular y sobre Él se levanta todo el edificio de la Iglesia.
El acceso al crucero
Una vez que se suben las escaleras de la nave dirigiéndose hacia el crucero, se observan a los lados ocho estatuas sobre sendas pilastras, obra de Antonio Martín y Luis Sanguino, con la cabeza inclinada y cubierta, invitando a una actitud de respeto y silencio, porque el visitante se encuentra en un espacio sagrado y concretamente en un gran cementerio de guerra. Representan a contendientes caídos en la guerra por tierra, mar y aire y como voluntarios.
Al principio, a la izquierda, se halla una loseta por la que se desciende a un centro de detección de terremotos y de otros estudios científicos: el Laboratorio de Geodinámica y de Mareas Terrestres del Valle de los Caídos, dependiente de la Facultad de Ciencias Matemáticas de la Universidad Complutense de Madrid y del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (C.S.I.C.), que cuenta también con otras instalaciones en el Poblado y en la base de la Cruz.
El altar
Al llegar al centro del crucero, sobresale el altar de granito, sobre el cual se alza un magnífico Cristo crucificado del escultor Julio Beovide y policromado por Ignacio Zuloaga, destacado pintor de la época. En la Santa Misa, durante la consagración, se apagan todas las luces de la Basílica y quedan iluminados únicamente el Cristo y el altar, favoreciendo el ambiente de misterio y recogimiento que busca la liturgia.
En los frontales del altar se observan relieves en metal de José Espinós: al frente, el Santo Entierro; en la parte posterior, la Última Cena. A sus lados, se ve el conjunto del “Tetramorfos” o símbolos de los cuatro evangelistas: el toro de San Lucas, el león de San Marcos, el ángel de San Mateo y el águila de San Juan.
El entorno del presbiterio: los arcángeles
En torno al presbiterio descuellan las imágenes de cuatro grandes arcángeles de bronce, de 7 m. de altura, obra de Ávalos: tres cuyos nombres son conocidos por textos canónicos de la Sagrada Escritura y otro por ciertos libros apócrifos del Antiguo Testamento: San Rafael, San Miguel, San Gabriel y San Uriel (Yezrael o Azrael).
San Rafael es uno de los siete arcángeles y resulta conocido por el libro de Tobías o Tobit. Aparece representado conforme al papel que desempeñó en esta historia, con el bastón de peregrino como guía del personaje del libro y con el pez con cuya hiel curó su ceguera.
San Miguel aparece con la espada, como triunfador sobre la rebelión de Luzbel o Satanás, según se describe o se alude en relatos como el libro de Daniel, la carta del Apóstol Judas y el Apocalipsis.
San Gabriel sostiene una azucena, en referencia a su misión de haber anunciado a la Santísima Virgen que en su seno se encarnaría el Hijo de Dios por obra del Espíritu Santo. También había anunciado previamente a Zacarías el nacimiento de San Juan Bautista, precursor del Redentor.
San Uriel, como fue conocido en la Edad Media cristiana sobre todo a partir de San Isidoro de Sevilla, es el Yezrael o Azrael de los judíos y está representado de la misma forma en que éstos lo hacen: con la cabeza inclinada y cubierta y las manos en alto en actitud orante. Es el arcángel que −según algunos relatos apócrifos del Antiguo Testamento no considerados como inspirados por Dios, si bien la Tradición judía y cristiana ha aceptado algunos elementos de ellos− presenta los difuntos ante Yahveh: de ahí también que es el que presenta las almas de los caídos ante Dios. De los cuatro arcángeles de la Basílica, es el que más llama la atención de los visitantes.
Delante del altar se hallaba situada la tumba de José Antonio Primo de Rivera, fundador de Falange Española, en representación de todos los caídos sepultados. En el lado opuesto, se encontraba la tumba de Francisco Franco, Jefe del Estado y fundador del monumento.
El crucero se ve completado por tres frentes: al final de la Basílica, el coro; en el lado derecho, la Capilla del Sepulcro; y a la izquierda del crucero, la Capilla del Santísimo.
El mosaico de la gran cúpula
Sobre el crucero se alza la magnífica cúpula con un mosaico de Santiago Padrós. De frente, se observa en el centro la imagen, típicamente bizantina y románica, del “Pantocrator”: Cristo todopoderoso, Rey y Juez, en majestad, con el libro de la Vida en el que aparece inscrita la frase “Ego sum lux mundi” (“Yo soy la luz del mundo”). La típica “mandorla o almendra mística” del arte románico que le rodea está conformada por alas de serafines y querubines. La presencia de los ángeles en el Cielo está claramente representada asimismo por otros más en el mosaico, con incensarios y espadas, según las descripciones simbólicas de algunos textos del Antiguo y del Nuevo Testamento.
Por debajo de Cristo se observa el tema del triunfo o la exaltación de la Santa Cruz, titular del santuario. La “Vera Cruz”, la verdadera cruz de Nuestro Señor, está siendo ensalzada sobre el Monte Calvario, donde se descubren las de los dos ladrones que fueron crucificados a sus lados.
A la derecha de Jesucristo se sitúa un grupo amplio de santos españoles con Santiago el Mayor a la cabeza, y a la izquierda otro de mártires españoles presididos por San Pablo (es decir, los dos Apóstoles que, según la tradición, vinieron a predicar a España). Se encuentra aquí resumida toda la Historia de España como nación católica.
Desde el lado opuesto, en el centro se sitúa el grupo de la Asunción de la Virgen, elevada al cielo por ángeles desde una montaña que representa la de Montserrat. La representación de Montserrat se debe a los siguientes motivos: la Virgen de esta advocación es la Patrona de Cataluña, Padrós era catalán (concretamente de Tarrasa), además su esposa tenía ese nombre y en cierto momento estuvo a punto de venir una comunidad de monjes benedictinos de Montserrat a hacerse cargo del santuario, antes de que se tratara con la Abadía de Silos. Sobre la montaña se descubre la sierra de carpintero, de tal modo que está plasmado así el escudo de la Abadía de Montserrat. En la propia montaña, por otro lado, existe una vieira, venera o concha de Santiago, en alusión al nombre del artista, y la inscripción referente a su elaboración por él.
A los lados del grupo de la Asunción de la Virgen están los caídos civiles y religiosos y los caídos militares en la Guerra de 1936-39.
El mosaico, de más de cinco millones de teselas, fue elaborado en plano en el Teatro Real de Madrid, con la dificultad de tener que incorporarlo luego a un plano abovedado, de cúpula, lo cual se hizo por el denominado método indirecto. Por eso, una vez instalado, Padrós observó que entre la columna central de ángeles del grupo de la Asunción (la única columna diseñada originalmente) y los dos grupos de caídos, especialmente el de los contendientes, había un espacio muy grande. Para romper esa distancia, ya sobre el sitio decidió levantar otras dos columnas laterales de ángeles de tamaño más pequeño y juguetones.
El genio artístico de Padrós le llevó a realizar retratos reales de personajes, tanto históricos (algunos santos, por ejemplo San Ignacio y Santa Teresa), como otros que dibujaba en el Metro de Madrid para plasmarlos en el mosaico, y como su propio autorretrato y el de su esposa, o bien el de otros personajes notables de la época (entre ellos, Miguel de Unamuno en el papel de San Raimundo de Fitero).
Para salvar el mosaico de las humedades que se preveían y que de hecho se observan a simple vista en varias partes de la Basílica, Diego Méndez construyó una doble cúpula: sobre la del mosaico, que está recubierta por una capa de tela asfáltica que la impermeabiliza, existe un vano muy amplio y otra cúpula superior.
El coro
Detrás del presbiterio, en el coro, se sitúan los monjes y la Escolanía durante la Santa Misa. Cuenta con una sillería de nogal labrada por Ramón Lapayese con escenas de guerra medieval. Según el autor, el tema era libre. Desde luego, la referencia a las Cruzadas medievales parece evidente, sobre todo porque en algunos de los casetones se observan viviendas del estilo de las existentes en Tierra Santa, además de otros muchos detalles que apuntan en esa dirección.
En alabastro hay unas imágenes en relieve de santos benedictinos, unos de ellos con el hábito normal y otros con el coral o cogulla, y dos figuras de bulto redondo del mismo material: San Benito de Nursia con el libro de la Santa Regla que redactó para legislar la vida de sus monjes, y San Francisco de Asís con un crucifijo en sus manos.
La Capilla del Sepulcro
En el lado derecho del crucero se encuentra la Capilla del Sepulcro con tres esculturas de Lapayese: un magnífico Cristo yacente y las imágenes del Calvario, es decir, la Virgen María y San Juan Evangelista. En el techo se observa un mosaico de Santiago Padrós (el autor del gran mosaico de la cúpula), que representa el Santo Entierro.
La Capilla del Santísimo
Por fin, a la izquierda del crucero está la Capilla del Santísimo, donde se halla el mayor tesoro de la Basílica: Jesús Sacramentado. Está custodiado en un sagrario de plata de Espinós, en el que se observan los relieves de los Apóstoles y otros motivos.
Detrás de él hay un retablo de estilo gótico flamenco del siglo XV (pero es del XX), en el que está representada la Santísima Trinidad en una escena de dolor: el Padre, con el Espíritu Santo en forma de paloma, sostiene al Hijo muerto en sus brazos, mostrando al mundo hasta dónde ha llegado el amor de Dios a los hombres. Se halla franqueado por las imágenes de seis apóstoles. Bajo el altar se descubren otras pinturas de santos de estilo semejante.
La capilla está coronada en su techo por un mosaico de la Ascensión de Jesucristo, obra de Victoriano Pardo. De este modo, en las dos grandes capillas laterales nos encontramos con representaciones de la Pasión y Muerte y de la Gloria como misterios centrales del cristianismo, a la vez que guardan relación con la presencia de tantos caídos de la guerra en el lugar, que se convierte de este modo en un santuario de esperanza en la vida eterna.